Es el elocuente y actualizado título del libro escrito en los años 20 por el filósofo español José Ortega y Gasset para describir el fenómeno de la irrupción de las multitudes en los escenarios citadinos, cuyos signos característicos son la aglomeración de gente y el “lleno” de todos los espacios.
Y es que vivimos la hipertrofia del urbanismo. El alud humano invade todo. Y ha degradado las condiciones de la vida social —hacinamiento, congestión, ruido, polución, violencia, contaminación ambiental, publicidad persecutoria, sirenas y luces rojas, bocinas de los automotores— que agobian al individuo y le han producido estrés y desórdenes de conducta.
El “lleno” es la característica principal de la sociedad de masas. Todos los lugares están abarrotados de gente: las calles, los medios de transporte, los teatros, los espectáculos, los hoteles y restaurantes, las playas y hasta las antesalas de los médicos. Todo está lleno. Y se vuelve difícil encontrar un lugar disponible. La cola o la fila es la angustiante condición de todas las horas. Hay la opresión inintencionada de la masa sobre los individuos, que termina por desquiciar su comportamiento y alterar las relaciones humanas.
Esta es la rebelión de las masas.
Mientras escribía este artículo había 7.490 millones de habitantes sobre la Tierra —según el “World Clock”—, de los cuales 384.984 nacieron ese día, a razón de 16.041 cada hora, o sea 268 por minuto. Pero ese crecimiento no es equilibrado: el 95% corresponde a los países de Asia, África y América Latina, mientras que los Estados desarrollados tienen tasas de fecundidad mucho más bajas.
Y la explosión demográfica va acompañada de cifras de emisión de CO2 y de calentamiento planetario que marcan ya un indetenible y trágico crecimiento.
Giovanni Sartori, en su libro “La Tierra explota”, afirma que la desorbitada explosión demográfica del planeta —y, dentro de ella, la superpoblación de los países pobres— amenaza la vida de la humanidad. E imputa directamente de este hecho a las religiones que con su oposición a las políticas anticonceptivas han impulsado la explosión demográfica.
En lo político esto conduce al populismo y la demagogia, que son precisamente métodos para arrebañar a las muchedumbres y conducirlas hacia donde los demagogos y los populistas quieren. Y lo trágico de esto es que con frecuencia las masas desorientadas imponen gobiernos populistas que sirven a las plutocracias. Los líderes erráticos, simuladores y miméticos del populismo las conducen a defender posiciones contrarias a sus intereses.
Alguna vez un destacado escritor ecuatoriano afirmó que los caudillos populistas “fascinan a las multitudes sin dejar de servir a las oligarquías”. Y esta es una de las sangrientas paradojas del populismo.