El debate sobre la inflación en las economías avanzadas cambió notablemente en las últimas décadas. Dejando a un lado cuestiones de (mala) medición, ya nadie teme una alta inflación asfixiante y un excesivo poder de los mercados de bonos: ahora la preocupación es que la falta de inflación obstaculice el crecimiento.
Además, si bien la persistencia de tipos de interés deprimidos (y para casi 11 billones de dólares en bonos de todo el mundo, negativos) puede estar causando mala asignación de recursos y un deterioro de la seguridad financiera a largo plazo de las familias, las altas cotizaciones de los activos aumentaron el riesgo de una futura inestabilidad financiera. A esto se suma que los inversores se han vuelto muy dependientes (alegremente dependientes) de los bancos centrales, cuando por prudencia deberían tenerles un poco más de miedo. En la búsqueda de nuevos modos de estimular la inflación, los principales bancos centrales han mostrado una tendencia a pensar en el ciclo económico, con frecuentes referencias a la insuficiencia de la demanda agregada. ¿Y si este no fuera el modo correcto de examinar las condiciones actuales, y en realidad estuviéramos atravesando un proceso de varias etapas en el que potentes fuerzas desinflacionarias del lado de la oferta darán paso en algún momento a un nuevo aumento de la inflación? En tal caso, las autoridades monetarias y los participantes del mercado tendrían que considerar un paradigma de oportunidades y riesgos muy diferente del que se aplica hoy. Es verdad que tras acercarse a la meta de los bancos centrales del 2% en 2018, la inflación núcleo en Europa y Estados Unidos viene en caída. La medida convencional de la inflación que esperan los mercados (la tasa de inflación implícita en el tipo de interés de los bonos del Tesoro de los Estados Unidos a cinco años) sigue empecinadamente por debajo de la meta, pese a que la media móvil semestral del ritmo de creación de empleo está casi 50% por encima del nivel histórico necesario para absorber ingresantes al mercado laboral a esta altura del ciclo económico. Si bien el índice de desempleo en Estados Unidos (3,6%) está en su nivel más bajo en cerca de cinco décadas, la tasa de participación en la fuerza laboral (62,8%) también se mantiene relativamente baja. La persistencia de baja inflación llevó a mantener por un tiempo inusualmente largo políticas monetarias ultralaxas, lo que genera temor a que Estados Unidos o Europa puedan caer víctimas de una “japonificación”, al postergar compras los consumidores y reducir inversiones las empresas. Hasta ahora, ese riesgo llevó a que los bancos centrales mantengan tasas de política monetaria bajas o negativas (en el caso del Banco Central Europeo) y balances inflados, pese a los efectos potencialmente perjudiciales de esas políticas sobre la integridad del sistema financiero.