La organización para delinquir que montaron los jerarcas del correísmo pudo funcionar solo porque contó con la complicidad de muchos y la aceptación silenciosa de muchísimos más. Quizás porque no se esperaba que claudicaran de esa manera, quienes más urticaria generaron en los medios fueron los intelectuales de izquierda que se entregaron en cuerpo y alma a una revolución supervisada por Alexis Mera y los Alvarado.
Para aumentar la irritación, los que se bajaron de la camioneta tras años de degustar las mieles del poder a cambio de su humillación, ahora dictan cátedra de política y ética en radios y periódicos, muy sueltos de huesos, como si la imponente estructura de corrupción, persecución y engaño no hubiera tenido nada que ver con sus dignísimas personas.
Por eso es oportuna la reflexión que, bajo el título de ‘Sinceramiento’, publica un exoperador del correísmo: “Solo confrontando la realidad desagradable y sucia de nuestras avideces infamantes, habrá esperanza…”. Pues sí, tiene toda la razón. Y con tal fin deberían reunirse en el coliseo Rumiñahui todos los egresados del correísmo desde el año 2007, aunque algunos sigan secretamente enamorados del caudillo y su proyecto autoritario, de igual manera como no pocos alemanes derrotados en 1945 continuaron añorando en silencio el proyecto nazi que les había generado un éxtasis incomparable.
Pero muchos de los que no fueron correístas y no se beneficiaban directamente de la revolución, como lo hacían los funcionarios y muchos grandes empresarios, aceptaron los atropellos sin replicar. ¿Por qué? Ante todo, por miedo. En una entrevista publicada en este medio, a la pregunta de si tuviera que poner un rostro al terror, ¿cuál sería?, Paul Hermann responde: “Sería el de la cara de varios políticos. Con el pretexto del Socialismo del Siglo XXI, muchos políticos abusaron de las personas por ese afán de perpetuarse en el poder, de manipular las cosas a su antojo, y de quitarle la voz a las personas y a los medios”.
Y nadie ignora que ese terror es avasallador “porque el ciudadano es frágil ante el poder. Imagínate lo que es enfrentarte a una maquinaria estatal donde los individuos quedamos totalmente desprotegidos”, sentencia Hermann.
Por fortuna, siempre hay gente valiente que da yucazos y se rebela contra el mandamás de turno. Paisano y precursor de Correa, Febres Cordero también instaló el miedo en el país y quiso demostrar que podía gobernar a carajazo limpio. Pero hubo partidos como la DP, la ID y los socialistas que enfrentaron en el Congreso y en las calles a un oligarca que, al ser acusado de haber mandado a garrotear a Diego Delgado, respondió con arrogancia inaudita que si él hubiera dado la orden, ese diputado no habría contado el cuento.
Lo imperdonable es que muchos de quienes enfrentaron al despotismo oligárquico y al populismo bucaramista, respaldarían luego el despotismo, más amplio y estructurado, que ejerció un grupo de aventureros en nombre de la izquierda.