A estas alturas, en una pequeña reunión me tocó salir en defensa de la importancia histórica del Manifiesto Comunista, que cumplió 170 años y para bien y para mal impuso la narrativa de las insurrecciones sociales, no solo de la clase obrera, aunque hoy ande tan venido a menos que hasta los cubanos borraron el término ‘comunista’ de su Constitución. Como no he vuelto a abrir el legendario panfleto desde que era profesor de Materialismo Histórico en la U. Central de los años 70, no quise meterme en honduras y dije que había que situarlo en su época, cuando Inglaterra vivía la fase del capitalismo salvaje que explotaba a obreros y niños en jornadas de 14 horas.
Alguien replicó que los correístas eran comunistas. Pues no, porque el marxismo de sus jerarcas se agotaba en la canción al Che Guevara, sustituida hoy por la versión insultante de Bella Ciao. Cascarones vaciados de contenido que les ayudaron a vender la idea de que la Historia empezaba en el 2007. ¿Qué les importaba a esos pícaros refundadores de la Patria que varias propuestas que parecían actuales se vinieran discutiendo desde el siglo XIX? Basta recordar que el mismo año cuando apareció el Manifiesto hubo en Europa numerosos estallidos populares que exigían la aplicación de las conquistas liberales y la abolición de la esclavitud, y que pusieron en vigencia los temas del nacionalismo, el socialismo, incluso del feminismo.
En ‘Las revoluciones liberales el siglo XIX’ se anota que “en 1848 se produjo la mayor oleada revolucionaria del siglo XIX”. En febrero, París se pobló de barricadas que echaron abajo al rey e instauraron la Segunda República y el sufragio universal masculino. Se llegó a plantear en la Asamblea la nacionalización de la banca, la creación de cooperativas y se cuestionó la propiedad privada, mientras en otros países europeos se incentivaba el nacionalismo para defender la soberanía popular y unificar a la sociedad con un fin común. Ese mismo año las precursoras del feminismo reunidas en Seneca Falls, Estados Unidos, redactaron una Declaración de Sentimientos donde condensaron “las aspiraciones que durante más de un siglo guiarán los movimientos por la igualdad de las mujeres”.
Hoy, como un antídoto contra los escándalos de Trump y de los correístas, he emprendido la lectura de la edición bilingüe completa de ‘Hojas de Hierba’ de Walt Whitman, quien empieza a escribir su inmenso poema aquel mismo año, publica la primera versión en 1855 y continúa enriqueciéndola hasta su muerte. Es un placer por partida doble ir cotejando los versos libres de este auténtico pionero con la excelente traducción del ecuatoriano Francisco Alexander, y seguir sus pasos por la naturaleza indómita de Norteamérica, y escuchar su canto a los oficios de la gente y a los jóvenes con quienes comparte el lecho y la aventura de la libertad.