Oficial del Ejército británico, corresponsal de guerra, político, primer ministro y escritor (ganador del Premio Nobel de Literatura), su hora más gloriosa sonó durante la II Guerra Mundial al encabezar la resistencia de su pueblo ante la agresión de la Alemania nazi.
“Cuando su país quedó sin armas ni reservas económicas, Winston Churchill recurrió al arsenal de las palabras”, dijo de él uno de sus admiradores, John F. Kennedy. Y en verdad, con Gran Bretaña en bancarrota a comienzos de la década del cuarenta, asediada por el avance alemán que asolaba Europa, Churchill, con sus emisiones radiales, mantuvo enhiesto el espíritu de su gente.
Mientras arreciaban las bombas sobre Londres, hablaba de “sangre, sudor y lágrimas” inevitables para superar el trance. Y cuando la derrota ante Hitler parecía cercana levantó a su país con un discurso memorable en donde anunció que la isla jamás se rendiría y que su gente pelearía hasta el fin, “en las montañas, en los valles, casa por casa si es preciso, hasta el último hombre”.
Ese espíritu indomable venía templado por su carrera militar en la India y sobre todo en Sudáfrica, en la Guerra de los Bóers, en donde protagonizó una fuga espectacular que él mismo relató en sus artículos.
La I Guerra Mundial lo encontró como Primer Lord del Almirantazgo, al frente de la Marina de Guerra británica, el arma más poderosa con que contaba su país. Allí cosechó uno de los peores fracasos de su carrera con la derrota en la batalla de Galípoli.
En los años treinta fue de los primeros en advertir el peligro del rearme alemán. Terminada la guerra con la victoria del bando aliado, los británicos lo reconocieron como héroe pero perdió las elecciones generales en 1945. Periodista y escritor, se ocupó de escribir sus memorias y una copiosa historia de la Segunda Guerra Mundial, obra que le valió la obtención del Premio Nobel. Más tarde, en 1951, fue ungido otra vez como Primer Ministro.
Alternó con los grandes de su época. Amigo de Franklin Delano Roosevelt, enemigo declarado de José Stalin. Sus relaciones con otra figura inmensa, Charles de Gaulle, supieron de encontronazos. Sin embargo, años después, siendo De Gaulle presidente de Francia, en visita oficial a Londres tuvo la nobleza de recordar a todos los presentes en un acto en el Parlamento que la libertad de que gozaban se la debían a Churchill allí presente, por entonces retirado de la vida política. Su imagen con el habano en la boca y sus dedos haciendo la “V” de la victoria quedó impresa en la memoria de varias generaciones como símbolo de la confianza.
Aunque nunca nos visitó, tuvo presente al Uruguay a partir de 1939 cuando tres buques de la Marina británica persiguieron al acorazado alemán Graf Spee en el Atlántico Sur y lo forzaron a refugiarse en nuestro puerto. Orgulloso de ese triunfo naval, propuso la filmación en Montevideo de ‘La batalla del Río de la Plata’, película que recrea el combate y exalta los lazos de amistad entre Uruguay y Gran Bretaña. Dicen sus biógrafos que era su filme favorito.