Era mi intención que esta columna verse sobre el bochornoso espectáculo argentino provocado por dos hinchadas de equipos de fútbol que se enfrentan con brutal salvajismo, propio de un país del cuarto mundo, no de la Argentina, cuna de intelectuales de primer orden. Pero los escándalos se suceden en Ecuador a tal velocidad y con tanta frecuencia, que habrá que dejar lo del fútbol para otra oportunidad.
El tema ahora son los “diezmos” que la vicepresidenta María Alejandra Vicuña habría cobrado a sus asesores cuando fue asambleísta.
Bien se dijo hace pocos días, a propósito de la destitución de la señora Vallejo por extorsionar a sus empleados, que era práctica generalizada en la Asamblea. La denuncia contra la señora Vicuña contiene información precisa sobre los pagos recibidos mensualmente de uno de sus asesores, incluyendo el banco y el número de su cuenta personal en la que se depositaron tales valores. Y la propia beneficiaria ha aceptado su existencia.
De manera que no se trata de hechos forjados. Mas bien es muestra de la voracidad de los “revolucionarios” por medrar de lo grande y lo pequeño, en los diez años del correato.
Muchos ciudadanos se preguntaron cómo así el Presidente escogió un personaje tan sui géneris -por calificarlo de alguna manera- para que le acompañe en la vicepresidencia. Y la respuesta podría ser que quería alguien que genere profundo rechazo a la sola posibilidad de que le sustituya en la primera magistratura, de tal forma que se convertía en una suerte de seguro contra quienes podrían propiciar la destitución de Moreno.
La señora Vicuña es afiliada al Movimiento Alianza Bolivariana Alfarista, ABA, grupo de extrema izquierda que ha apoyado con marcado entusiasmo a Correa y las dictaduras de Castro en Cuba y de Chávez y Maduro en Venezuela. Su padre, Leonardo Vicuña, hasta hace poco presidente del Directorio del Banco del Pacífico, es un marxista de tuerca y tornillo, que en su columna de El Telégrafo ha defendido abiertamente la “década perdida” y ha apoyado a los gobiernos de La Habana y Caracas. De tal forma que la vicepresidenta cumple a cabalidad el perfil de detente a una eventual desestabilización del Presidente Moreno. A ello habría que sumar la sorpresiva denuncia sobre este caso que alguien la tuvo bien guardada. Cabe preguntarse si en las altas esferas se conoció de conciliábulos que pretendían relevar al Jefe de Estado. Pero tampoco habría que descartar que el caso Vicuña sea parte de un proceso de acoso y derribo orquestado desde el ático de Bruselas. Es evidente su propósito de crear el caos político y administrativo para librarse de los juicios penales para sancionar la descarada apropiación y mal uso de recursos públicos. En cualquier caso, es impresentable una vicepresidenta que ha exigido a sus dependiente pagos indebidos.