Corrupción es usar el poder y el dinero para tener ventajas. Es pagar para estar primero en la fila, sin haber madrugado. Es darle una propina al policía para que no te quite puntos en la licencia Es regalarle una botella al secretario del juzgado para evitar pagar el juicio de alimentos.
Corrupción es recibir regalos en el trabajo a cambio de favores. Corrupción es estar en el poder y colocar a tus familiares en cargos públicos usando palancas. Corrupción es pedir plata de las empresas para campañas electorales y pagarles la contribución luego, dándoles contratos. Corrupción es que los funcionarios pidan comisiones por contratos a los empresarios y que los empresarios acepten los pagos en lugar de denunciarlos. Y viceversa. Corrupción es comprar facturas pagando el IVA y algo más a quien las vende para justificar un gasto.Corrupción es amañar y manipular el sistema de compras públicas para contratar un servicio o a un oferente. Si el sistema no funciona es que no se ha hecho de acuerdo a la realidad del país y entonces hay que revisar el sistema… pero no hacer trampa… Y si todo cuadra, y en apariencia es legal (¡y hasta puede que así sea!), no es ético, ¡es corrupción! Entre estas y las otras esas comisiones, si fueron, como dicen, del 10 por ciento de cada contrato con el Estado, significan cerca de ¡siete mil millones de dólares! Eso, de ninguna manera, puede llamarse “redistribución de la riqueza”: ¡es corrupción!
¿Quién no ha hecho parte de una trama corrupta o no ha sido salpicado por ella? Parece que si se indaga profundo no quedará títere con cabeza en el país ni gobernante latinoamericano libre de culpa. Algo debe estar fallando en la sociedad para que lo ilícito sea visto con total naturalidad e involucre a tantas personas.
Muchos empresarios se subieron en la noria de la corrupción aceptando pagar las coimas y los sobornos porque necesitaban de un contrato. Les pareció cosa normal. A los funcionarios pedigüeños de la petrolera estatal, por ejemplo, se los conocía con los sobrenombres de “tres por ciento” o “diez por ciento”, precio que algunas empresas llegaron a pagar por contrato. Callaron. Nunca denunciaron.
Saber que el gato cuidaba la despensa, que el mengano o el sutano recibían maletas de dinero en las suites de un hotel de lujo y que nadie vaya preso es escandaloso.
Justificar el robo con argumentos peregrinos como “los gobernantes y funcionarios siempre han robado” o “estos han robado, pero han hecho obra” es también ser cómplice. Hacer obra es su obligación y para ello fueron electos, para ello cobraban salario, para ello pagamos impuestos. La ciudadanía tiene que dejar la novela rosa del momento y pedir cuentas y sanciones en serio, porque esta olla que se destapa huele demasiado mal.