Poco después de la segunda vuelta, escribí que todos coincidíamos en que, por varias razones, Lenín Moreno no es Rafael Correa, pero que una de sus principales tareas como Presidente de la República debía consistir en esforzarse por marcar esas diferencias. Y que abandonar el ejercicio del poder desde la confrontación era solo una de ellas.
Aparentemente existe conciencia, incluso dentro del movimiento ganador, de que el país político, y más todavía el país económico, están exhaustos, y que es necesario un soplo de aire fresco. La diferencia de votos entre dos maneras diametralmente opuestas de ver las cosas nos da la medida de una sociedad con expectativas distintas. Es indispensable darle un derrotero común y ocuparse de sanear la economía para cumplir las ofertas sociales.
Sin cambios en el Estado no solo regulador sino actor de la economía, sin cambios en el Estado actor de la política y la institucionalidad, sin cambios en el Estado dueño de los espacios ciudadanos, será imposible obtener resultados duraderos, una vez que los proyectos populistas ya no pueden apuntalarse en la bonanza petrolera y en la deuda.
Han pasado los días, y lo que se observa es que actores con poder real rodean al Presidente electo dentro de su movimiento, lo cual, en principio, no debiera extrañar demasiado, al tratarse de la continuación de un proyecto que tuvo un líder y creció en unas condiciones económicas y sociales específicas.
¿Pero es suficiente remarcar un cambio de estilo personal en una transición en la que el presidente saliente señala la senda y el presidente entrante toma la posta? Para nada.
El Romanticismo dejó muy acendrada la idea de que ‘el estilo es el hombre’, de que toda creación, al fin y al cabo, depende de la grandeza y la falibilidad de la naturaleza humana. Si bien la voluntad sigue siendo el motor de cualquier emprendimiento o cambio, las sociedades han evolucionado hacia modos complejos de organización en los que la política y las instituciones están para resolver las diferencias e intereses de sus miembros, y no necesariamente para moldear a una sociedad a imagen y semejanza del líder.
Volviendo a la estilística, desde ya hace bastante tiempo se acepta, y no solo en el claustro académico, que la forma es consustancial al fondo, que los dos son caras de una misma moneda; para el caso, que el ‘estilo’ debe corresponderse con los contenidos. Traducido a la política local, que un cambio formal no basta para lograr un cambio de fondo.
Hay mucha expectativa por saber cuáles son esas diferencias de fondo (la promesa de diálogo es un buen anuncio que puede llegar a incidir en los contenidos y, por ende, en la gestión). Pero Moreno aún no ha querido, o no ha podido decir, quiénes serán los miembros del equipo que le ayudará a hacer los cambios de forma y de fondo que necesita el Ecuador.