¿Qué es la globalización? Podría decirse que es un fenómeno que envuelve una multitud de espacios de la vida social y que tiene por escenario el mundo. Aparencialmente la definición luce simplista, pero es la más pedagógica. Así ha sido asumida desde diversas disciplinas, fecundando un sinnúmero de denominaciones que van desde ‘aldea global’, ‘economía mundo’, ‘sociedad amébica’, ‘tercera ola’, ‘Disneylandia global’, ‘tecno cosmos’, ‘nueva Babel’, ‘fábrica global’, ‘mercado universal’ hasta ‘shopping center global’…
Hay pensadores como Chesneaux o Wallerstein que la sitúan en el siglo XVI, es decir, en los comienzos de la expansión capitalista y de la modernidad occidental, hasta aquellos que la colocan a mediados del siglo XX. Como quiera que fuere, ¿vino para quedarse otro siglo o se desvanecerá por la eclosión de nacionalismos y fundamentalismos que asuelan a diversas regiones, más si se concreta el discurso desglobalizador de Trump? (El establishment republicano de Estados Unidos no tuvo otra opción que plegar al triunfo de Donald Trump, pero el discurso de este permanece tensado por una vitriólica invectiva en contra del statu quo).
Algunos gobernantes de nuestra América insisten en la palabra revolución. Y, por cierto, en las consumidas palabras derecha e izquierda que quedaron como fetiches heredados de la Revolución francesa, fantasía y depredación.
Espectáculo vano y vacuo. Revolución: futuro y retorno. El porvenir es la expresión predilecta del tiempo cíclico: proclama el retorno de un pretérito arquetípico. La práctica revolucionaria: ruptura con el pasado cercano y reinauguración de un pasado antiguo. Vuelta de los tiempos. Y en el sentido originario, vuelco del universo y otros elementos.
A partir de los noventa del siglo que dejamos, entraron en terapia intensiva los actores clásicos: Estado, iglesias, imperialismos, universidades, sindicatos, fuerzas armadas, intelectuales… Los populismos de América —fruto de esa crisis— no pasaron de ser procesos tramados por la descomposición y la corrupción. Por eso galopan desvencijados y maltrechos sobre jamelgos moribundos. Los ideales se han constreñido a acceder al poder por el poder, ¿el gran corruptor?
W. B. Yeats, el místico poeta irlandés, escribía en los inicios del siglo XX: “Todo se desmorona, el centro cede; la anarquía se abate sobre el mundo”. Profecía y presciencia. El vacío que vivía la humanidad en ese ciclo se infestó de populismos de muerte, no de vida. El fin de un caudillo, cuyo protagonismo en la gesta libertaria de su pueblo se desvaneció al pretender transmutarse en la revolución que predicaba, o el triunfalismo de un histrión,de un nacionalismo xenófobo y racista, no cambiarán el rumbo de nuestro destino histórico inmediato, pero sí alejarán la esperanza de una humanidad que merezca su nombre.