Si quieren inquietar a un ecuatoriano medio, háblenle de correísmo o anticorreísmo y de dolarización o desdolarización. Los gobernantes lo saben bien y aprovechan el resultado de esas pulsiones -sobre todo de la primera-, pero evidentemente todo tiene sus límites. Llega un momento en que es inevitable dejar de hablar del otro y hablar de uno mismo.
Si bien es cierto que la corrupción sistemática asoló la economía nacional y los procesos judiciales no avanzan por distintas razones, es necesario preguntar a Lenin Moreno, no a Rafael Correa, si cree que él y su equipo están haciendo la tarea. Los desacuerdos en el círculo cercano son evidentes, y los cambios en el esquema gubernamental resultan chocantes y poco explicables. ¿Hasta cuándo?
A diferencia de lo que sucedió durante la época de bonanza petrolera, endeudamiento y derroche, hoy no hay mucho para gastar, pero tampoco hay razones para pensar que estemos vacunados contra la vieja práctica de repartir el Estado incluso en momentos de vacas flacas. El entusiasmo poco contenido frente a las empresas estatales con buena carne y poco hueso da mucho que pensar.
En estos días se está discutiendo la reducción del 10% del personal de las empresas públicas. Sería bueno que esa medida incluya a la alta gerencia. Y que se muestre de modo transparente cómo se está aplicando la reducción del tamaño de las dependencias públicas, no solo a nivel de salarios y escalafones sino con la eliminación del exceso de asesores y de los equipos de comunicación. Cambiarlos de dependencia no basta.
También otras funciones del Estado debieran ajustarse los cinturones. ¿Para qué tantos directores y asesores alrededor de la Asamblea? Los nuevos vocales de la Corte Constitucional han hallado, aparte de expedientes sin tramitar incluso desde hace 20 años, despilfarro. Será bueno saber qué sanciones se van a aplicar. Y qué va a pasar, en cuanto a la Judicatura, frente al sobredimensionamiento de la infraestructura a escala nacional.
Pero volviendo al Ejecutivo, el Presidente está obligado a ordenar la casa y a concentrarse en las tareas medulares. Está bien ir a felicitar a los chicos de la Sub-20, sobre todo para quienes creen que una imagen vale más que mil palabras, pero la urgencia es gobernar. Para el éxito del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que tanto se necesita, la credibilidad del Gobierno es tan importante como los ajustes económicos.
No se sabe -más bien dicho, sí se sabe- a dónde puede conducir un desorden en el cual los voceros se multiplican y se contradicen; donde hay asesores que no ocultan su interés de concretar negocios; donde el amiguismo prima sobre lo técnico e incluso lo ético; donde hay políticos con agenda propia. A estas alturas, el anticorreísmo ya no alcanza. Hablemos en serio del morenismo.