Con la proforma presupuestaria para el 2018 se confirmó que lo que prima en la agenda del gobierno es lo político, a cuyos intereses deberá subordinarse la economía. En términos generales hay que observar lo siguiente: se destinará más dinero a compras de bienes y pago de salarios y disminuirán los recursos previstos para los gastos de inversión. En otras palabras, se agiganta el expendio permanente, esa bola de nieve que crece día a día y que amenaza con arrasarlo todo, mientras se dificulta la fórmula de incrementar los ingresos que atiendan semejante fanfarria. Y difícilmente se encontrarán recetas milagrosas que hagan surgir de forma espontánea recursos pues, por más de una década, se ha golpeado de manera insistente al sector productivo por lo que, de momento, no se avizoran síntomas de una reacción que se sostenga en el tiempo. Todo lleva a concluir que lo que se busca desde las altas esferas del gobierno es capear el temporal hasta encontrar en las urnas un apoyo que le haga sentir seguro, autosuficiente, sin tener que responder a nadie que se presuma como gran elector. Para conseguir aquello el gobierno se ha propuesto no hacer olas, transitar de la manera más inocua posible a fin de no resentir el bolsillo de los electores. La fórmula encontrada, como lo han mencionado las autoridades económicas, es la ya conocida: más endeudamiento. Ni más ni menos, según sus declaraciones, se requerirán 8 000 millones en el 2018 para cumplir lo presupuestado. Han señalado que esta cifra es inferior a la que se debió contratar en el ejercicio que concluye para luego anotar que, en el año siguiente, se reducirán en cerca de 3000 millones los recursos necesarios para amortización de la deuda existente. Importante aclaración para destacar el notorio esfuerzo realizado.
Lo que preocupa es hasta cuando esto puede ser sostenible. Parecería que se aferran a la esperanza que retornen los buenos tiempos de precios elevados del barril de crudo. Allí las cosas cambiarían y ya no habría que ir a golpear las puertas de los prestamistas. Nada auspiciante para los intereses del país a largo plazo, que no percibe ninguna señal de un genuino esfuerzo para enmendar un manejo económico que nos ha conducido a una encrucijada, con un estado sediento de recursos y un aparato productivo asediado y fatigado por las cargas impuestas que, desde hace algunos años, se ve en la imposibilidad de ampliar sus escenarios con el consecuente fracaso en la creación de nuevos empleos.
Ese precisamente es el corolario final. Luego de una década de abundancia los indicadores de empleo siguen dando cuenta que sólo 5 de cada 10 personas en edad de trabajar tiene un empleo formal. Centenas de miles de hombres y mujeres no tienen la posibilidad de formar parte de un modelo, hasta hoy, para nada inclusivo que, por el contrario, no le brinda oportunidades que le permitan atender sus necesidades básicas. Y los cambios se posponen y no llegan, manteniéndonos en una especie de modorra en que no sabemos si salimos o nos hundimos del todo. Pero, eso sí, revolucionarios y felices.