Se apropiaron a través de falsos discursos de las banderas de la libertad, democracia y honestidad. Proclamaron que su lucha era para liberar a sus pueblos, se tomaron los nombres de próceres para, adulterando la verdad histórica, presentarse como los continuadores de sus gestas libertarias. Pero apenas alcanzaron el poder sus primeros esfuerzos estuvieron dirigidos a atentar contra las libertades, a poner mordazas a la opinión, a atacar a los que discrepaban, a pretender imponer normas de conducta según su mojigata visión “revolucionaria”. Intentaron controlarlo todo en desmedro del libre albedrío de los particulares. Estigmatizaron a los que con trabajo y esfuerzo crearon patrimonio y fuentes de empleo, pero con dinero ajeno derrocharon a manos llenas en viajes y jaranas en supuestos actos de “solidaridad” con otros pueblos. Buscaron maniatar y ahogar financieramente a medios privados que dieron cabida a sus críticos. Hicieron todo lo posible para demostrar que la palabra libertad en sus labios era una entelequia, que cobraba sentido sí y sólo sí era usada para vitorear su mediocridad. Encontraron adeptos en aquellos ambientes de cafetín que vieron la oportunidad de treparse a una aventura que, al menos, les daba la posibilidad de dar rienda suelta a sus destartaladas teorías. Todo en nombre de la palabra revolución extraviada en los caminos de la historia, desvencijada por los resultados obtenidos en aquellos sitios en que la realidad demostró que sus teorías, llevadas a la práctica, eran un completo disparate.
Pese a ser sus enemigos declarados adoptaron la palabra democracia. Pero la desmantelaron de su real contenido y, a pretexto de reinterpretarla y supuestamente acercarla más al “pueblo”, impusieron formas corporativistas propias de los totalitarismos a ultranza, para pretender cooptarlo todo. La prueba más evidente es el llamado a una asamblea constituyente realizado por el dictadorzuelo venezolano de turno, donde no alcanzarían ni siquiera el 20% de los escaños si realmente fuese convocada en una verdadera práctica democrática; con lo que, más temprano que tarde, tendrían que enfrentar los procesos jurídicos por la saña y violencia con la que han pretendido acallar a sus opositores.
Dijeron ser honestos y tener las manos limpias, pero revelaron ser la pandilla más voraz que se ha apoderado de los fondos de los estados en los que han sido gobierno. Encabezados por su padrino mayor que les sirvió de facilitador para que una empresa envileciera la obra pública, uno tras otro van tropezando con escándalos que ponen en evidencia que la decencia jamás fue un principio que marcara su ruta. Su gestión caracterizada por la falsedad y la mentira debe ser puesta en evidencia a fin que, terminado el embelesamiento edulcorado por la plata fácil, la sociedad los mire retratados en su verdadera mediocridad. Pero sobre todo hay que poner en relevancia que la bandera de la esperanza no les pertenece, todo lo contrario, son el camino directo para perpetuar la desigualdad y la miseria.