Una de las características de los fanáticos es la seriedad; no tienen sentido del humor. Se puede ser fanático de cualquier cosa, del fútbol, de la magia, de la política, de la religión. Los fanáticos de las religiones han cometido crueldades actuando en nombre de Dios y los fanáticos de la política han consumado atrocidades creyéndose dioses.
El humor y el fanatismo están en conflicto desde siempre. La risa debe ser una adaptación humana para sobrevivir a los temores existenciales más profundos y establecer una relación simple y directa con los demás. La risa disipa las dudas y las suspicacias, es el contacto más inmediato y espontáneo entre humanos; la risa nos hace a todos iguales. Los fanáticos de la política y la religión, dueños de verdades, elegidos del destino y guardianes de arcanos, aborrecen la igualdad, por eso detestan el humor que desacraliza, equipara, nivela.
El último episodio de la guerra entre humor y fanatismo es la matanza de los caricaturistas del semanario parisino Charlie Hebdo perpetrada por tres fanáticos musulmanes que pretendían, en su estulticia, vengar al profeta Mahoma a quien suponían humillado y profanado por unas viñetas satíricas, irreverentes, volterianas, publicadas en el país de Voltaire.
Los asesinos seguramente ignoraban que el profeta, según voceros de la comunidad musulmana, cuando vivía, prohibió causar algún daño a los que se mofaban de él y más bien oraba por ellos y respondía los insultos con palabras amables.
Cabu, una de las víctimas de la torpeza de los fanáticos, fue el autor de la viñeta publicada como carátula del número especial de Charlie Hebdo que muestra al profeta llorando, con las manos en la cara y diciendo: “Es muy difícil ser amado por idiotas”. La frase recuerda la sentencia de Schiller: “Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano”.
Es triste constatar que delinear con un lápiz se ha convertido en una actividad peligrosa, no solo por la reacción del fanatismo religioso, sino también por la intolerancia del poder político. Las amenazas de muerte, los juicios y las multas pretenden quitarnos la libertad, hacernos sucumbir a la tentación de la autocensura, caer en la trampa de dejar de reír. Los periodistas asesinados, dice el exministro socialista de Francia Robert Badinter, “estaban reunidos para cumplir su misión informativa, sin la cual la democracia se ahogaría. Esos periodistas han muerto por nosotros, por nuestras libertades”.
No es la izquierda ni la derecha las que amenazan la libertad de expresión, ni son las religiones, los dioses o los profetas; es la torpeza de los fanáticos. En medio de la desgracia, es un consuelo pensar que todos los que intimidan al humor y la caricatura, comisarios, censores y superintendentes, se sentirán avergonzados y acoquinados con el grito que resuena en el mundo: “Todos somos Charlie”.