A este punto de desconfianza generalizada hemos llegado en la vida nacional porque la política ha terminado abjurando de la racionalidad, ya nadie utiliza argumentos ni pretende persuadir a alguien de algo, solo hay proclamas que no admiten debate ni correcciones y cuando las proclamas son contradictorias, ya no es posible ni siquiera adherirse a ellas con la fe del carbonero, porque cambian, se contradicen y se esfuman.
El partido que gobernó el país con orgullosa sumisión es ahora un saco de grillos que desprecia a sus líderes y descalifica a sus jefes.
Los más fanáticos se quejan de que son odiados por los que califican de traidores y reclaman el derecho a imponer ideas que llevaron al fracaso del país y a la corrupción descontrolada.
La otra facción tampoco hace gala de coherencia. Asegura que la deuda ha superado el límite legal pero sigue contratando deuda. Se queja de que la administración anterior hizo nombramientos políticos para los principales organismos institucionales y reclama el derecho a hacer sus propios nombramientos.
Nadie les puede reclamar por la corrupción generalizada porque responden que ellos mismos denunciaron los casos de corrupción convirtiendo en virtud el hecho de reconocer unos cuantos casos inocultables después de diez años de encubrimiento. Y con desparpajo reclaman respeto a la presunción de inocencia y amenazan con acudir a las instancias internacionales que antes habían desacreditado y denunciado como atentatorias a la soberanía nacional.
Lo más irracional del momento es que el mismo partido político se proclame gobierno y oposición y sus integrantes pasen de un bando a otro sin explicaciones ni vergüenza y abracen las proclamas que antes consideraron aborrecibles.
La receta podrida de impuestos y deudas es calificada en el mismo partido como entrega a los banqueros o amor a los pobres. En lúbrico revoltijo están, en los tres poderes, los funcionarios del mismo partido, ahora dividido en bandos sin que nadie sepa quién está en qué bando y donde nadie se fía de nadie.
Todo esto tendrá que esclarecerse con la consulta popular. Al margen de las siete preguntas, se trata de que el país defina cuál de los dos bandos merece su confianza. Entonces, el ganador tiene la obligación de limpiar el gobierno de corruptos, tránsfugas, oportunistas y vividores porque así serán considerados los perdedores. Si ganan los que están en el gobierno, será también su obligación decirle al país cuánto suma la deuda, cuánto suma el botín de la corrupción, y cuáles serán el modelo económico y la línea política.
Todos sabemos que solo hay una forma de mejorar la economía, reducir la pobreza, recaudar impuestos, y es generando empleo. No se crean puestos de trabajo con proclamas en contra de la empresa privada ni alimentando odios. Debemos volver a confiar unos en otros para salir adelante.