La primera persona a la que escuché mencionar el nombre de Olga Dueñas fue la pintora guayaquileña Araceli Gilbert. Me imaginé que se trataría de alguna colega suya, seguramente latinoamericana. Pronto se aclaró que era una artista estadounidense. Ambas coincidieron a mediados de los años 1940 en la academia que Amédée Ozenfant abriera en Nueva York para guiar a los jóvenes que creían en el abstraccionismo y lo practicaban con fervor.
Araceli debió hablarle maravillas a Olga sobre el Ecuador -de su naturaleza ubérrima, de sus pueblos originarios, por ejemplo- lo cierto es que Olga vino a nuestras tierras y aquí se quedó unos buenos 25 años, que le alcanzaron para contraer matrimonio con un caballero manabita de apellido Dueñas, tener sus hijos y vivir muy a gusto, participando del mundillo cultural de Quito, haciendo su arte y exponiendo sus obras.
Tanto se comprometió con la cultura y el arte ecuatoriano de aquellos tiempos que fue justicieramente retribuida con la representación nacional a la XVI Bienal de Sao Paulo, la de 1981. Once años antes había exhibido la primera muestra de pintura cinética que se admirara en nuestro país. La estadía en Puerto Rico y, en especial, en Venezuela, anteriores a su residencia ecuatoriana, debió impulsarla a reorientar su línea abstracto-geométrico-constructivista hacia el derrotero cinetista adoptado en Europa por dos connotados venezolanos, Jesús Soto y Carlos Cruz-Diez.
Nacida en Cleveland, en 1926, en una familia de músicos centroeuropeos emigrados a EE.UU., el arte fue lo suyo desde la infancia. Tocaba el piano, dibujaba y pintaba con la misma naturalidad con que respiraba la atmósfera de refinamiento y desempeño creativo que le rodeaba. El aprendizaje en el taller de Ozenfant, que con Le Corbusier impulsó el purismo, selló el compromiso de la artista norteamericana con la modalidad abstracta; más tarde, entre brisas caribeñas, confirmó su rumbo definitivo: la pintura cinética, retiniana, de precisión matemática.
Ella explica con argumentos convincentes cómo ha conseguido hermanar el arte con la música: “…lo estático se convierte en móvil y lo plano ( ) en profundidad. El movimiento humaniza la abstracción geométrica y revela la obra de arte gradualmente. Este proceso tiene lugar al escuchar la música, pero también juntando música y arte: es posible ver un sonido y oír un color. La experiencia estética del espectador se realiza cuando el artista usa el movimiento junto con la línea, la forma, el color y la textura en el proceso creativo.”
Para entender la maestría de la pintura cinética ha sido de gran utilidad la muestra que la nonagenaria pero joven artista acaba de exponer en la galería Ileana Viteri, u más de 30 obras recientes ,otras tantas pruebas fehacientes de que en el arte no cuenta la moda, sino la trascendencia del mensaje estético.