Después de 12 años viviendo fuera necesitaba ser bien guiado para aprehender (nótese el juego de la h intermedia) la vida cultural quiteña. Tengo dos jóvenes gurús, el primero es un miembro asiduo del ‘underground’ quiteño, un sonámbulo de naturaleza, y la segunda es una intelectual que devora con avidez cada pizca de cultura urbana.
“¿Qué tal es el evento organizado anualmente por el Municipio para la literatura?” Pensé que si había alguien que me podía dar una razón serían ellos. Me quedaron viendo con la cara de dolor silencioso de quien se acaba de golpear en el pie. “No me vean así; el que organiza el CCBC”. Esta vez el golpe fue ligeramente más fuerte. “¡¿El qué!?”.
“El Centro Cultural Benjamín Carrión…” Me respondieron, “¡Ah!, pero no seas ***, así no se le llama a la Casa de la Cultura… y la Feria del Libro es del Ministerio, no del Municipio…”.
Entonces se me acercaron como niños para escuchar un cuento; yo les conté el desconocido relato de un centro, gestionado por el Municipio, dedicado a la literatura, y que organizaba un evento anualmente. Me sentía contando una leyenda quiteña y estos jóvenes me veían con los mismos ojos de asombro de cuando se escucha por primera vez la leyenda de Cantuña y San Francisco.
El CCBC es una verdadera joya. Pero estaba alejado del público general y especialmente de los jóvenes (ya solo disfrutado por los asiduos).
El alcalde Rodas tuvo el acierto de impulsarlo, de abrir sus ventanas y sus puertas para que entren aires frescos. Leonardo Hidalgo tomó el volante. Él junto con su mano derecha, Raúl Pacheco, un excelente conocedor del universo literario ecuatoriano y un personaje de ese mismo mundo, han decidido dar un golpe de timón.
La transformación ha sido agresiva, en tiempo récord se decidió cambiar el antiguo festival Quito Ciudad de Letras al moderno Festival Lit. Los temas se volvieron más dinámicos, más sabrosos, con más enjundia, mientras en Quito Ciudad de Letras se sucedieron durante años los cansinos temas “Querer escribir, poder escribir”, “Estrategia del cuento”, y “La fiesta por la palabra”; en el Lit se pasó a golosinas como “La arquitectura de la mentira” (y se consideró hacer que el festival entero orbite en torno a la mujer y la literatura). Mucho mejor difundido, ideado para atraer al público, con un formato atractivo, se pasó de una eventualidad en un reducto de literarios, a un evento que intenta sacudir la curiosidad de la gente.
La bohemia en Quito está en un momento efervescente, el universo de los cineastas electrifica todo el ambiente cultural, los artistas plásticos y los músicos (nunca conformes con la pasividad de nuestra ciudad) dispersan sus locuras como con aspersor, faltaba que nosotros los escritores tengamos nuestra oportunidad.