A mediodía, prepotente como siempre, presidiendo el colorido ritual de cambio de guardia de los Granaderos de Tarqui; acusando de violentos y golpistas a “los de siempre”; asegurando que él no se rinde ante la fuerza, “como ya lo demostró el 30-S”; añadiendo que no retrocederá “ni un milímetro”. Desafiante, además, al pedir que sus opositores propongan la revocatoria del mandato, “para vencerles una y mil veces”; acusándoles -mentirosamente- de pensar “tonto” al pueblo. Adornado con su conocida camisa blanca y coquetos bordados en su expandido pecho, despidiendo centellas por los enrojecidos ojos turbados por la rabia, centellas que, con tronantes reclamos, habrá quizás dirigido a sus servidores quienes -mientras él ganaba prestigio en Europa- no supieron reprimir con eficacia las manifestaciones de un pueblo “engañado por los politiqueros”…
Por la noche, de corbata, la banda presidencial al pecho y una sonrisa beatífica, anunciando el “retiro temporal” de los proyectos que fueron la gota de agua que rompió el dique y tradujo el descontento popular de ocho años; ofreciendo dialogar sobre el “modelo de país”; diciendo, además, que los proyectos “urgentes” que entregó a la Asamblea “pueden esperar”:¡He allí el polifacético Correa!
Con explicable curiosidad, el pueblo -cuya voz estentórea, vigorosa, multitudinaria y ubicua se venía escuchando, como un “trueno horrendo”, en Sierra, Costa, Amazonía y Galápagos- se habrá preguntado qué pudo haber pasado en las horas que mediaron entre la arrogancia del mediodía y la angelical sonrisa vespertina.
Parecía que Correa hubiese retrocedido, no el milímetro que dijo que no lo haría, sino varias millas de prepotencia hasta una aparente actitud de prudencia. Por primera vez, el que nunca se equivoca daba la impresión de aceptar, implícitamente, que sus proyectos no habían sido ni técnicamente preparados ni meditados con responsabilidad.
¿Qué ocurrió? El propio Presidente nos dio la clave para resolver el enigma, al aducir que la visita papal exige un ambiente pacífico de diálogo y alegría. ¿Por qué no pensó en algo tan obvio al presentar sus proyectos? ¿Fue necesaria alguna intervención de Francisco u otras fuerzas para abrirle los ojos? ¿Había hecho el Papa su primer milagro antes de pisar el suelo ecuatoriano?
En sus cartas a la Presidenta de la Asamblea, Correa nos ofreció la respuesta: el retiro temporal de sus proyectos no impedirá que, “una vez bien informado el pueblo”, vuelvan a ser activados para alcanzar los fines redistributivos que solo un “grupúsculo” ha pretendido desconocer con mala fe.
El milagro de Francisco no duró ni horas: Correa sigue siendo el mismo de siempre. Su dictadura, más que del corazón, es del hígado. El pueblo es el verdadero autor de milagros. Tiene la palabra. ¡Y debe seguir hablando!
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