El manual que usan las ideologías totalitarias para conquistar el favor del pueblo parte de una premisa: al opositor hay que considerarlo enemigo, atribuirle todos los males, endosarle los errores propios y luchar implacablemente para eliminarlo.
Para tal efecto, esta política utiliza la descalificación personal. No esgrime argumentos sino que busca destruir moralmente al enemigo. Recurre a vulgaridades para volver más impresionante el discurso demagógico. Busca así ganar el favor del pueblo pero, al mismo tiempo, le agravia al considerarlo manipulable y crédulo.
Hay gobiernos que institucionalizan esta malsana política y crean mecanismos burocráticos encargados de preparar las campañas de “información al pueblo”, que exacerban sus pasiones negativas. De allí surgen, por ejemplo, “la canallada y la cantinflada” que, con el artificio del falso humor, entregan al pueblo la “verdad del que nunca se equivoca” para impedirle que vea la verdadera verdad.
Los ecuatorianos estamos cansados de ese envolvente “estado de propaganda”; estamos saturados de las cadenas nacionales diarias que irrumpen en radio y televisión para entregar, sobre cualquier tema, la versión gubernamental que, con frecuencia, está tan alejada de la realidad como la tierra de la galaxia Andrómeda; estamos cansados de ese discurso superficial y demagógico. Respetuosamente y por todos los medios se ha pedido al Presidente que reflexione y cambie esa política. Parece que no acierta a comprender que él se debe a todos los ecuatorianos y no solo a los que, por el momento, considera sus partidarios. ¡A cuántos de los que fueron sus mejores aliados descalifica ahora porque dejaron de serle útiles!
Y Correa, en lugar de rectificar, sigue amenazando con juicios, multas y prisiones a los que le discuten. Sigue manejando esa política de “destrucción del enemigo”.
Al pretender -infructuosamente- restar méritos a quien identifica como líder de la oposición, Correa ha dicho que está dispuesto a darle unas “leccioncitas de economía”. Tan vanidoso profesor nos ha llevado, por el camino del despilfarro, a una situación de crisis en la que ahora considera bueno lo que antes denunció como malo ¿No reconoció, por escrito, la deuda del Estado al IESS para ahora decir que no le debe nada? ¿No defiende ahora la reelección indefinida que descartó en su Constitución para 300 años? Si él usara consigo mismo su propia retórica diría: ¡Cuánta hipocresía, cuánta doble moral!
Es hora de exigir que nuestro gobernante nos respete.
Constriñámosle a dejar de agredirnos. No soportemos más sus arbitrariedades que, además de ofendernos como parte de un pueblo unido bajo una sola bandera, no corresponden a la dignidad propia de la función de presidente de una República que no es ni quiere ser una “república bananera”.
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