Correa y Longobardi

El 26 de diciembre, Rafael Correa fue entrevistado por Marcelo Longobardi, de CNN. Desde su demagógico saludo ritual hasta cuando contestó -sin responder- a la última pregunta del periodista, el rictus de ironía y desafío insolente no desapareció de su rostro. Se le veía como la obra maestra cincelada por el odio y los rencores, la mentira de siempre. Abotagado y untuoso, parecía vivir la realidad como un personaje de ficción, coronado por una calvicie mal disimulada por el artificial copete.

Se autoproclamó un perseguido político; afirmó que la Interpol había sentenciado su inocencia al negar la “alerta roja” en el caso del secuestro de Balda, proceso al que calificó de “toda una farsa”; ensalzó la pulcritud de Lula, Cristina y Glas, “acusados y sentenciados sin pruebas”; explicó que, al conocer las incorrecciones de Odebrecht, ordenó su expulsión del país, pero que autorizó su regreso después de que la empresa conversara con Glas y todo quedara arreglado. ¡Argumentó su inocencia política burlándose de los 16 juicios penales que se procesan en su contra!

Al responder sobre la ley de prensa fabricada por su gobierno, adujo que las empresas de comunicación detentan, sin control, el verdadero poder y que, como los reyes medievales, creen que dicho poder proviene de Dios. Por tal razón, menester es controlarlas mediante regulaciones que contrarresten los intereses del “gran capital”. Preguntó a Longobardi quién le paga su sueldo y concluyó que él también trabaja para las empresas que colocan sus intereses por encima de los derechos de los seres humanos.

Denunció a la dolarización como uno de los males de la economía que su gobierno -¡qué increíble obcecación!- entregó “en expansión” a su sucesor, pero afirmó que no puso fin a ese sistema porque, a título de ejemplo, “crear un subsidio es fácil pero suprimirlo, casi imposible”. Añadió que quiso evitar los ataques que tal decisión hubiese suscitado. Pensando probablemente en su gran amigo Nicolás Maduro, pontificó que la inflación no es necesariamente mala.

En resumen, en la entrevista, Correa esgrimió una lógica incomprensible y dejó en claro su total carencia de los valores y principios que deben caracterizar a quien asume la responsabilidad de guiar los destinos de un pueblo. Desorbitados los ojos y vociferante la palabra, su alejamiento físico del Ecuador está ahondando sus paranoicos temores. Correa se mira a sí mismo como un salvador del mundo sacrificado por la traición de uno y las incomprensiones de todos.

“Por sus obras los conoceréis”, dice la Biblia. En el caso de Correa, cada vez se descubre con mayor claridad cómo sus obras, cuando Presidente, y su conducta, como anónimo residente burgués en Bélgica, le condenan y le hacen merecedor de la más dura crítica ciudadana.

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