Orden vial y voluntad política
Vendrá una decisión más “política” que fundamentada en estudios confiables para construir el Metro en Quito. Al menos las dudas surgen a cada paso, la ciudadanía requiere mayores esclarecimientos que simples descalificaciones partidarias contra el otro y sus argumentos. Idealmente es una decisión positiva disponer de una red vial subterránea que integre el largo y estrecho valle quiteño, pero desde el inicio hay dudas sobre sus reales costos e implicaciones de construcción en el accidentado espacio de una ciudad de montaña, con lo cual debería costar no menos sino más que en otros sitios. La ciudad debe saber en lo que se adentra.
Además, el tejido vial no se reduce al clave eje vial norte sur, sino al conjunto que integra el este con el oeste y, aún más, los valles. Rodas anuncia un sistema de teleféricos de los valles a las partes altas, lo que limitaría la contaminación y el tráfico con sus graves impactos para la salud. Mejor si se acompaña de limitaciones para la entrada de vehículos a la ciudad.
Faltaría innovar en el aspecto del tan denso tráfico de vehículos de transporte urbano como son los buses y busetas que, en pleno siglo XXI, sin descaro emiten negras y densas humaredas que el peatón soporta con demasiada paciencia, no así su salud, además de su impacto en el cambio climático, un desastre general anunciado. Es indispensable así que paralelamente tomemos medidas –secuenciales- para limitar estos vehículos, primero los vehículos a diésel que los estudios indican son fuertemente contaminantes. Los costos sociales deben ser superiores al ahorro que implica el diésel frente a la gasolina.
La técnica ha dado saltos increíbles que por el bien colectivo debemos incorporar para cambiar los buses en general y primero los escolares a vehículos movidos por energía eléctrica o solar. Empresas canadienses y alemanas, por ejemplo, ya los ofrecen.
En poco tiempo, podríamos también reemplazar la red de la ecovía por trenes ligeros o buses que utilizan pilas eléctricas autorrecargables. Quito, con voluntad política, pudiera cambiar su pésima condición y reputación de ciudad contaminada que limita el turismo. Con un plan, en el tiempo, se cambiaría el parque automotor -empezando por el de servicio público, el escolar primero- a un sistema eléctrico generalizado.
Sería el momento de poner orden en el servicio de buses, de redes y tipos de servicios inapropiados, caros, que mantienen al arcaico gremio de dueños de buses, tan nocivo de nuestra vida colectiva. Si los transportistas no aceptan un nuevo orden en el transporte público, debemos hacer el salto a un sistema de transporte municipal o de reales empresas mixtas que incorporen a los transportistas actuales como choferes o accionistas, mas no continuar en la guerra “de la clase del volante” que por ganar cinco centavos no le importan nuestras vidas.