“Alea iacta est”, dijo Julio César cuando desobedeció las órdenes del Senado y, por su propia cuenta y riesgo, inició la persecución de Pompeyo, uno de los generales más importantes de la antigua Roma, viejo aliado suyo y padre de su esposa.
Con aquellas palabras, Julio César quiso decir que la suerte había sido echada y que, desde aquel momento, a él sólo le quedaba asumir las consecuencias de sus actos, cualesquiera que ellas fueran.
Cuando decidió cruzar el río Rubicón para dar muerte a Pompeyo, Julio César desató una larga guerra civil que significó, a la postre, el fin de la Constitución y de la República romanas, y el inicio de una dictadura encabezada por él mismo.
Años más tarde, esa dictadura terminaría con su asesinato, en un teatro que, paradójicamente, llevaba el nombre de su antiguo enemigo, Pompeyo.
Como el César, también nosotros podemos decir “Alea iacta est”: la suerte está echada y, al igual que César, deberemos atenernos a las consecuencias de aquellas decisiones políticas.
Para empezar, debemos aceptar los resultados electorales sin importar que ellos cumplan o no con nuestras expectativas.
Ya no cabe que los seguidores del candidato perdedor insistan en su protesta, pero tampoco cabe que el candidato ganador adopte una actitud triunfalista y vindicativa pues, en las actuales circunstancias, necesitará una amplia base de apoyos para encauzar adecuadamente su agenda de gobierno.
Sin importar cuál haya sido nuestra decisión en las urnas, ahora nuestro deber como ciudadanos será exigir que se respeten las instituciones democráticas y los debidos procesos.
Más que con el político de nuestra preferencia, nuestra lealtad deberá estar con la democracia, con el Estado de derecho y con la vigencia de las libertades civiles y políticas de las personas.
Seguramente sea hora de recordar el fevor republicano de Catón –que estuvo dispuesto a lanzarse sobre su espada antes que vivir bajo una dictadura– y de emular la sensatez de Cicerón que siempre buscó –aunque sin éxito– salvaguardar la Constitución romana mediante el diálogo y el entendimiento.
Hay, en el país, un anhelo grande de cambio y el candidato ganador deberá saber canalizar adecuadamente esas enormes expectativas. Para ello, deberá hablar con claridad y, sobre todo, obrar con sentido común.
Perseguir a los enemigos políticos o estragar aún más la economía con interminables donaciones y regalos para el pueblo fueron decisiones que acabaron con Julio César.
El nuevo Presidente deberá tomar en cuenta esta lección de la historia y actuar en consecuencia.