¿Por qué se producen las crisis económicas? Para responder esta pregunta vale la pena recordar el libro ‘Manías, pánicos y crisis’, escrito por Charles Kindleberger, uno de los economistas que más han contribuido a entender los colapsos económicos.
Según Kindleberger, todas las crisis financieras –desde la que surgió después de la guerra franco-prusiana, hasta la experimentada por los mercados asiáticos a finales de los 90– siguen este patrón: un choque externo produce un inusual auge económico que, a su vez, provoca un incremento de los precios. Entonces, los inversionistas empiezan a comprar bienes y activos financieros, no con el propósito de utilizarlos o vivir de sus rendimientos, sino a fin de revenderlos inmediatamente y así obtener una rápida ganancia. (El autor llama “manía” compradora a esta estrategia, para enfatizar su carácter irracional).
Pero llega un momento en que la espiral de precios se torna insostenible. La “burbuja” especulativa revienta y la “manía” compradora cesa abruptamente para tornarse en súbito “pánico” vendedor. Los agentes comienzan a deshacerse masivamente de sus inversiones, precipitando el colapso de los precios y provocando quiebras generalizadas.
Entre las varias causas que Kindleberger encuentra para explicar el auge y posterior desplome de los mercados está la existencia de lo que él llama una “expansión monetaria”, que no es otra cosa que un progresivo –y a la postre insostenible– endeudamiento público y privado.
Una deuda pública grande –y su contrapartida, un abultado déficit fiscal– están en el origen de todas las crisis financieras. Para evitar que se repitan, países como Ecuador deben poner en orden sus finanzas públicas y comenzar a generar ahorro y reducir su deuda.
Cualquier régimen cambiario fracasará –llámese flotación libre o controlada, tipo de cambio fijo o dolarización– en una economía sobreendeudada y en permanente riesgo de insolvencia. Por tanto, el problema de fondo del país está en sus desordenadas finanzas públicas y no en su régimen cambiario.
Tuve el honor de conocer al profesor Kindleberger en su residencia cercana a Cambridge, cuando fuimos con su hijo Richard (ahora fallecido también) a visitarle. Aunque algo debilitado, el carácter enérgico y entusiasta de este gran académico salió a la luz. Me recibió con gran calidez en su estudio repleto de libros y fotografías, y me autografió el libro que acabo de comentar.
El pensamiento independiente del profesor Kindleberger es un ejemplo a seguir en este momento en que el debate económico tiende a girar en torno a argumentos ideológicos antes que pragmáticos. Sólo el pragmatismo nos permitirá diseñar una salida a la compleja situación económica que vamos a heredar del Gobierno saliente.