Un ideal es ese principio unificador que permite a una sociedad alinearse en torno a un objetivo superior. Su fuerza radica en que es capaz de esconder diferencias y provocar consensos entre las facciones antagonistas de una sociedad. ¿Qué ideal nos define como país? ¿Qué valor nos aglutina como sociedad? Ninguno.
El cuerpo social ecuatoriano no ha hecho otra cosa que fragmentarse durante esta última década. Sus líderes se han atrincherado en ciudades o entidades públicas para defender desde allí sus agendas (grandes o pequeñas). Como resultado, el país se ha enfrascado en una serie de luchas intestinas –persecuciones, escándalos– que le siguen desgastando.
Benjamín Carrión fue el (¿único?) intelectual que quiso encontrar ese destino superior que inspirara a todos los ecuatorianos.
Igual que ahora, el Ecuador de Benjamín Carrión se había sumido en un peligroso estado de inmovilidad y desconcierto, tras sufrir una humillante derrota militar frente al Perú, en 1941.
Para remediarlo, Carrión propuso que el Ecuador adoptase a la cultura como su ideal supremo. Aunque pequeño, seríamos un país respetado por su elevada cultura. La cultura nos redimiría; sería el vehículo que nos permitiría recuperar la dignidad perdida, aseguraba el escritor lojano.
Se ha dicho que la visión de Benjamín Carrión sobre la cultura pecó de excesivamente romántica y que aquello volvió contradictoria y hasta aristocratizante a su llamada Teoría de la Pequeña Nación.
Para mí, el mérito principal de sus “Cartas al Ecuador” –el libro que reúne sus reflexiones sobre la “Patria Chica”– está justamente en la gran dosis de imaginación que este suscitador intelectual puso en sus escritos sobre el país.
De ahí que este libro no deba leerse como un tratado de historia o sociología, sino como un sincero intento personal por encontrar ese denominador común que infundiría un sano patriotismo a todos los ecuatorianos, movilizándonos en torno a un ideal noble.
El Ecuador de hoy –y el del futuro también– necesita un ideal superior que le ayude a salir del sopor en el que está. Encontrarlo no será fácil porque exige un esfuerzo de instrospección de sus líderes y representantes que, hasta ahora, han tomado el camino fácil del tópico y la muletilla –“revolución ciudadana”; “mentes lúcidas y corazones ardientes”– que luego, ellos mismos, se encargaron de quitarles el mínimo sentido que tenían.
¿Por qué no imaginarnos como una país de gente excepcional que honra siempre la legalidad, por ejemplo? Hasta que no nos creamos capaces de realizar actos superiores seguiremos aceptando –y hasta viendo como normal– que en Ecuador se cometan atracos y que luego esos ladrones se paseen como grandes señores frente a nuestras narices.