En el ámbito de la comunicación política, un campo profesional interdisciplinario y muy vasto que está comenzando a profesionalizarse en todo el mundo, se trabaja esencialmente sobre la opinión pública, ese objeto para muchos tan difícil de aprehender y que rehúye de explicaciones simplistas.
En el afán de captar la atención de la sociedad, a menudo tan concentrada en los asuntos y preocupaciones de la ajetreada vida cotidiana y muchas veces hastiada de la política y de ser el blanco de agresivas estrategias de persuasión política, los denominados “jingles” cumplen un rol cada vez más importante en la comunicación, principalmente en el marco de las campañas políticas con fines electorales.
La música y las canciones, asociadas por lo general a momentos festivos y de ocio, se utilizan y adaptan al ámbito de la política con el propósito de generar un impacto asociado a lo “emotivo”. Y ello no es menor en un contexto en que cada vez queda más en evidencia, que en política las emociones pesan más que la razón.
Por lo general, se trata de canciones populares, ya instaladas en el imaginario colectivo, con lo que con el sólo hecho de alterar y adaptar la letra original, una campaña se asegura que al menos el nombre del candidato o del partido quede latente en el plano inconsciente de las personas.
Y si tenemos en cuenta que hacerse conocer es sin dudas el primer paso para entrar en el “radar” de los electores, los jingles son en este plano una de las formas más efectivas.
Ahora bien, a diferencia de lo que sucede con los slogans, esas frases que sintetizan el espíritu de un mensaje de campaña o gestión en apenas un par de palabras o una frase breve, el uso de los “jingles” parece reducirse casi exclusivamente a los tiempos electorales.
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿por qué no permitirse pensar en jingles políticos que acompañen la comunicación de las gestiones gubernamentales?, ¿por qué abandonar este tipo de herramientas una vez terminadas las campañas?
¿Nos imaginamos un futuro en donde la comunicación gubernamental pueda incluir también música pegadiza? ¿O somos más bien conservadores a la hora de comunicar logros de gestión y anunciar novedades institucionales?
Quizás es hora de pensar en que los slogans y los jingles no sólo son herramientas que ayudan a simplificar ideas complejas, sino que en tanto dispositivos que comunican con un lenguaje que apela más bien a lo emotivo, pueden aportar a reducir la distancia entre la ciudadanía y sus representantes durante la etapa en la que toca gobernar.
Porque, ¿qué sentido tiene “ganar” y “gobernar”, sino se logra enamorar a la ciudadanía? Por eso, también es esencial “gustar”.