‘La suerte de Assange depende de Inglaterra” titula este diario erróneamente el sábado pasado en primera página. No, la suerte da Assange no depende de Inglaterra sino de él mismo.
Una vez que Suecia decidió archivar las acusaciones contra Assange, asilado en la Embajada del Ecuador en Londres desde hace más de cuatro años, éste tiene que hacer frente a la justicia británica por haber violado las medidas cautelares establecidas en su contra mientras se tramitaba su extradición a Suecia. El juez fijó una fianza y la entrega de su pasaporte, exigió que se presentara periódicamente ante una comisaría para que Assange no abandone el país y evada la justicia. El acusado venía cumpliendo con esa disposición hasta días antes de solicitar la protección diplomática del Ecuador. Cuando se asiló en la Embajada violó tal medida judicial y ahora, si sale del recinto, deberá responder por ello. Inglaterra, de su parte, como estado de derecho, debe, y no hay duda que lo hará, juzgar al infractor. Será sancionado por incumplir con las condiciones de libertad condicional que disfrutaba hasta acogerse al asilo.
En esta nueva situación nada tiene que ver el Ecuador como estado asilante por motivos políticos que ahora ya no existen, tampoco Suecia que archivó el caso y tampoco el Reino Unido que simplemente juzgará la violación a las medidas cautelares cometidas por Assange en su territorio.
En la misma línea de razonamiento, se equivoca el canciller Long cuando pide que, levantados los cargos por parte de Suecia, Gran Bretaña extienda el salvo conducto para que Assange salga de la embajada y venga al Ecuador. Lo uno no tiene nada que ver con lo otro, las condiciones políticas que prevalecían antes ya no existen.
Consideré siempre atinada y justa la concesión del asilo a Assange y lo sigo haciendo. Pero los últimos hechos modifican la situación radicalmente. Ahora ya no hay los factores políticos que lo justificaban, ahora son infracciones comunes cometidas en Gran Bretaña. Hoy le corresponde al asilado salir de la embajada, entregarse a las autoridades británicas, enfrentar los cargos de que se le acusan –que, insisto, son comunes y no políticos- y, si quiere, luego de cumplir con la sanción que le sea impuesta, venir al Ecuador como turista sin necesidad de visado en aplicación de la ciudadanía universal de que tanto se precia la Revolución Ciudadana. Long no puede ya exigir la entrega de un salvoconducto.
El caso Assange cuando Suecia solicitaba su extradición ya no es el mismo. Ahora depende de sí mismo para hacer frente a la ley británica, responder y cumplir ante ella y luego quedar libre de hacer lo que le plazca. Su suerte no depende de Inglaterra ni del Ecuador sino del propio Assange.