Kafka, Dostoievski

Entre las frustraciones que he acumulado a lo largo de mi vida (¡y quién no lo ha hecho!) hay una cuyo recuerdo vuelve continuamente a mi memoria, sobre todo cuando mi diario encuentro con la música me envuelve en esa tormenta contenida que son las sonatas para cello y piano de Beethoven. Tal frustración es la de no haber llegado nunca a escribir seriamente sobre Kafka y Dostoievski, pese a haberlo deseado desde la fabulosa década de los 60. Hice bien, desde luego, al no escribir en aquel tiempo sobre ellos, porque es muy poco lo que puede decir un joven de veinte años sobre esos dos gigantes; pero el hecho de haber iniciado otros caminos, me condujo al error de creer que la crítica de lo que suele designarse como “cultura nacional” no daba cabida a dos autores europeos que, para colmo, han dejado ya de ser “actuales”.

No obstante, ahora pienso que nadie puede considerar ajenos o inactuales a Kafka y Dostoievski. Si desde el punto de vista sociológico ambos autores vivieron en el seno de sociedades que tienen muchas semejanzas con la nuestra (conflictos étnicos, marcadas jerarquías estatales, moralidad hipócrita y cerrada…) desde el punto de vista filosófico y literario en ambos se advierte una capacidad de construir “realidades” sensoriales y concretas, penetradas sin embargo por la presencia de un espíritu siempre atormentado –es decir, “mundos” que reproducen en el nivel imaginario la crueldad del mundo real en que vivimos.

Mundos, además, en los cuales desempeña el papel central el conflicto de una moral sin Dios (Kafka) o de una moral ante un Dios que parece indiferente (Dostoievski). Lo que para el ruso se presenta bajo la forma de pecado, para el checo adquiere las connotaciones del delito. La racionalidad, de la que tanto se ha jactado nuestra especie, aparece sin embargo cuestionada: si Dostoievski pudo ya intuir el absurdo (recuérdese, por ejemplo, el discurso de Iván Karamazov ante su hermano Aliosha) Kafka ingresó completamente en sus dominios (el agrimensor K. nunca llegará al castillo, José K. nunca sabrá de qué le acusan). La reflexión sobre los mundos y los personajes de ambos autores nos lleva a pensar que el ser humano está lejos de ser, como se dice siempre, un ser racional: más apropiado sería considerarlo como un ser emocional que razona. Quizá las representaciones más acertadas de esta concepción sean la de Smerdiakov y su odio torpemente acumulado, y la de Gregorio Samsa convertido en una enorme cucaracha que implora el amor de su familia.

¿Cuánto puede ganar el estudio de nuestra “cultura nacional” con el aislamiento de otros mundos que en apariencia son lejanos y distintos? Creo que nada. Al contrario, pienso que ha perdido mucho, no solo porque nos ha hecho contemplar una realidad insular que no existe, sino que nos ha privado de esas reflexiones que, por un fenómeno especular difícil de entender de improviso, nos traen de regreso a lo que somos.

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