Quienes fueron niños en la década de los 90 en Ecuador, todavía hoy mantienen fresco el recuerdo de Máximo, un simpático tucán y divertido mensajero de consejos educativos de salud; desdeñando su potencialidad algún ministro de salud de la época lo discontinuó, por el pecado de haberse originado en un período anterior; Máximo desapareció.
Muchos de quienes asumen cargos públicos buscan impregnar su gestión con “huella propia”, seguramente con la esperanza de ser recordados en una próxima designación o elección; al “buen vivir” correísta le seguiría el slogan “toda una vida” morenista; las últimas alcaldías de Quito inauguraban lemas “exclusivos”; “El Quito que queremos”; “Mas obras para vivir mejor”; “Quito grande otra vez”. A su turno, brocha en mano y gastos incluidos edificios, oficinas, vehículos y papelería cumplen con el ritual de sustituir efímeros logos y colores que después de un tiempo nadie recuerda.
No solo son imágenes y símbolos, desgraciadamente. Un sinfín de iniciativas en la gestión pública ecuatoriana – algunas con fundamento – son cíclicamente reemplazadas por otras, siempre en búsqueda de originalidad “por primera vez”. Un amigo de la patria grande comentaba que en lugar de políticas basadas en evidencias, en nuestros países abundan las políticas basadas en ocurrencias (“se me ocurre que”). Ecuador es uno de ellos; nuestra geografía está plagada de propaganda de inacabados proyectos; de improvisaciones y de discontinuidad.
Pruebas recientes al canto; en Educación, módulos educativos diseñados en la fugaz gestión anterior eran reemplazado por libros de texto, a poco de iniciada la nueva; el programa Salud al Paso, de la alcaldía quiteña precedente, fue desmantelado por la actual, aduciendo que “no logró los objetivos en materia de prevención de la salud” (se previene la enfermedad, no la salud), sin soportes técnicos de su afirmación.
La aplicación de las rimbombantes “directrices para la reorganización de la presencia institucional en territorio y la reestructuración orgánica de la administración pública central”, dispuestas hace poco, profundizan los desaciertos en salud del correísmo que, en su torpe pretensión de refundar el país, desapareció direcciones provinciales y áreas de salud, eficaces instancias desconcentradas, inventando en su lugar zonas y distritos disfuncionales e hipertrofiados. Más allá de su defectuosa conformación, los distritos cumplían en parte las funciones de las otrora eficientes áreas de salud. Las “nuevas” directrices, en su afán de reducir personal, mantienen inútiles zonas y eliminan distritos sin ton ni son. Retroceso de 25 años. El remedio peor que la enfermedad. Invariable práctica de la gestión pública ecuatoriana: ¡Hacer…deshacer…y volver a hacer!