La letra con sangre entra
La escuela fiscal en la que estudié fue un lugar seguro y feliz hasta el cuarto grado. Los primeros años tuve una profesora maravillosa, la señora Clarita, quien con paciencia e inteligencia encausó mi curiosidad y energía desbordante. Éramos muchos niños, algunos más inquietos que otros, sin embargo las clases se llevaban ordenada y agradablemente. Nunca usó el castigo físico, la humillación o el insulto.
En quinto grado me tocó, en (mala) suerte, un profesor totalmente diferente. El primer día nos ordenó en filas: en los pupitres más cercanos a su escritorio estaban lo niños “blancos”, las siguientes estaban reservadas para los que consideraba “cholos”, la última fila, la más alejada, destinó a los “indios”, como los llamaba.
Junto a su escritorio, ocupando un lugar central, estaba un asentador, su instrumento de castigo y disciplina, un pedazo de cuero que se había usado para suavizar el filo de las navajas de afeitar,.
Él no golpeaba, los estudiantes de la primera fila éramos los encargados de las azotainas a los demás. La instrucción era que golpeáramos duro, “como varones”, decía.
Un día que me tocó hacerlo, no golpeé tan fuerte como el profesor esperaba y me negué a repertirlo, no sé por qué lo hice, me gusta pensar que fue un acto de rebeldía en contra de este profesor abusivo y racista, pero no lo recuerdo.
A partir de ese día se ensañó conmigo, me golpeaba casi todos los días, por cualquier razón.
En este caso él lo hacía directamente. No sé cuánto duró, siento que mucho tiempo, finalmente paró cuando mi padre se enteró y lo encaró.
No olvidé a este profesor, pero no por buenas razones, no aprendí nada de él.
La letra con sangre entra dicen, con esta frase muchas personas justifican y naturalizan la violencia como método de enseñanza, a pesar de que el castigo físico se prohibió en el país hace 16 años en los centros educativos. No se eliminó la posibilidad de que se pueda disciplinar en la escuela o el colegio.
Es claro, como el Comité de los Derechos del Niño (niño incluye a todo menor de 18 años) afirma, no existe justificación alguna para el uso de la violencia y la humillación en la casa y la escuela como forma de educación, por eso pide a los estados prohibirlos y fomentar un concepto positivo de disciplina.
En nuestro país, el tema parecía superado, nadie –al menos en público- defendía su uso, hasta la inverosímil defensa de padres de familia, profesores y estudiantes del Colegio Mejía a un maltratante, esto nos trajo a la realidad.
Que en pleno siglo XXI existan personas que defienden la humillación y el abuso como forma de castigo, debería avergonzarnos como sociedad y nos permite entender porque legitimamos a los abusos y los abusivos en otras dimenciones de nuestra vida, confudimos violencia con educación y así nos va como sociedad.