Por un lado, un personaje secundario de televisión, libre de una condena de 26 años de violación, libertad obra de un abogado con poder que hizo que el juicio se declare nulo, descalificando la palabra de la víctima. Por otro, una mujer a la que destrozaron su vida, que sufre daños sicológicos y físicos permanentes por la agresión, a la que la justicia no le creyó pese a las evidencias físicas porque su trabajo no le hacía verosímil. El personaje de televisión, ahora en libertad, es entrevistado una y otra vez como si fuese un héroe, cuando no lo es.
Esto no es un hecho aislado, es una expresión de lo que se conoce como “cultura de la violación”, que “…perpetúa mediante el uso de lenguaje misógino, la despersonalización del cuerpo de la mujer y el disminuir la gravedad de la violencia sexual, dando lugar a una sociedad despreocupada por los derechos y la seguridad de la mujer”. Se responsabiliza a la víctima – “ella se lo buscó”- por la ropa, el lugar, la hora, por salir con un amigo, quedarse a solas con un hombre o varios, por el tipo de trabajo que realiza, por beber, por viajar y se justifica las agresiones sexuales (“así son los hombres”).
El acoso sexual, además, se tolera porque no existió “contacto físico”.
Esa “cultura de la violación” minimiza las denuncias de delitos sexuales o decirle a la víctima que le causará un daño al agresor, preguntarle por su pasado, su forma de vestir, sus amistades, sus hábitos, sus relaciones personales y plantea que las mujeres se eduquen para no ser violadas y en lugar de educar a los hombres a respetar.
Pensemos en las bromas que circulan por WhatsApp, en las que las mujeres aparecen como inestables, interesadas o reducidas a objetos para el disfrute masculino.
Por ejemplo, recuerdo con indignación, algo que no sentí cuando era estudiante, la frase “las leyes como las mujeres, son para violarlas”; un reflejo de esa cultura que trivializa un hecho muy grave, se naturaliza la violación y el acoso haciendo que cada víctima termine avergonzada creyéndose responsable, preguntándose una y otra vez qué hizo para “merecer” lo que le pasó, recibiendo mensajes de amigos y colegas por el daño que le causaría al agresor al denunciarlo. Si queda embarazada y es obligada a mantener el embarazo, vivirá con un recordatorio permanente del abuso sufrido.
Las violaciones y el acoso expresan relaciones de poder desiguales, en las que las víctimas nunca son responsables de lo que les sucede. Es hora que asumamos eso y dejemos de dulcificar a los agresores como está sucediendo con la “estrella” de televisión.
Es verdad que en el país el derecho penal busca la rehabilitación de la víctima, pero otra cosa es la impunidad claramente contraria a los derechos humanos y a los valores más elementales de la justicia en una democracia.
Este caso es otra alerta de cuánto nos falta para considerarnos una sociedad respetuosa de los derechos.