Muchos de ustedes reconocerán este nombre por los medios de comunicación: Andrés, 32 años, murió desangrado luego de recibir una puñalada en el cuello, al medio día de un miércoles cualquiera, con decenas de personas mirando, en una de las intersecciones más concurridas de Quito.
Esperaba a su novia, sólo a unas pocas cuadras de su lugar de trabajo y el de su padre. Ella bajó de un bus de transporte público, donde había sido acosada, luego perseguida por el acosador, un vendedor informal de los que se multiplican por cientos en la ciudad. Andrés la defendió, recibió una puñalada como respuesta.
No está claro lo que pasó después. Andrés murió en pocos minutos. Las declaraciones del asesino “qué hubiera hecho usted señor si le pegan”.
Un evento doloroso que expone, nuevamente, algunos de los problemas que miles de personas, especialmente mujeres, deben enfrentarse día a día: el acoso callejero, un pésimo transporte público y delincuentes que se esconden entre los vendedores informales.
El acoso en espacios públicos, como informan los especialistas, es algo sistemático, se produce en la calle, plazas, en el transporte, universidades, centros comerciales. Se manifiesta en forma de “piropos”, pasando por miradas lascivas, pitos, gestos obscenos, comentarios de naturaleza sexual; grabaciones y fotografías no consentidas; contacto físico como tocamientos, manoseos, agarrones; persecución y arrinconamientos.
Llegando hasta masturbación y exhibicionismo. Muchas de estas acciones se esconden detrás de una supuesta galantería, que no es tal porque incomoda, invade el espacio personal, genera temor. Es una expresión de poder, una de las múltiples formas en que la desigualdad entre hombres y mujeres se expresa.
Los números son claros: 68% de mujeres han sufrido violencia, el 80% han sido víctimas de este acoso en el transporte público. Quienes lo han sufrido, alteran sus hábitos, cambian su vida.
Por su parte, Andrés fue víctima de la violencia física, esa que cobra más vidas de hombres (no olvidemos que la mayoría de los homicidas de hombres son desconocidos, en tanto que los de las mujeres son personas de su entorno). Una violencia que incluso se promueve con los llamados de personajes públicos a solucionar las diferencias, las críticas, a golpes.
Una triste muerte la de Andrés, podría pasar como una más de esas que incrementan las estadísticas, pero no deberíamos permitir que esto suceda. Este asesinato vil, y sus circunstancias, nos debe recordar nuevamente las razones por las que debemos luchar por la igualdad, la recuperación de los espacios de convivencia y la necesidad de enviar mensajes contundentes contra el acoso y la violencia, sin minimizarlos en nombre de la cultura, la valentía o la “galantería latina”.
El mejor homenaje a este valiente joven será luchar contra las causas de su muerte.