¿Para qué sirve la política?

¿Para qué sirve la política? ¿Es finalidad o instrumento? ¿Es legítimo que dependamos tanto del poder, que renunciemos sistemáticamente a nuestras libertades y que seamos seres que guían su vida por la obediencia instintiva? ¿Es razonable que la política, sus lógicas e intereses, invadan la vida por completo?

La política predomina en la información, satura las opiniones, ocupa todos los espacios, desplaza a la cultura, envenena la literatura, tergiversa y reescribe la historia, y transforma las instituciones y el pensamiento en escalones al servicio del poder. Lo que algún día fueron límites, como la Constitución, el Derecho, ahora son poderosos métodos de invasión a los espacios personales, al punto que las libertades se han convertido en declaraciones líricas, en conceptos inocuos. Naufragamos entre mandatos y miedos. Salvo el fútbol, lo demás es política.

Por eso, parece llegado el momento de pensar si será legítimo que el destino individual esté determinado exclusivamente por el poder ¿Es la ciudadanía una forma disfrazada de servidumbre? ¿La democracia es solo un método para elegir a quienes ejercerán el dominio, o es un sistema que tiene como elementos sustanciales un mínimo de racionalidad y tolerancia?

Todo esto surge porque tengo la impresión de que estamos abdicando de nuestra autonomía, y de que los espacios que nos pertenecen (familia, pensamiento, libertad de elección, etc.) se han achicado de tal forma que, de puntos focales de la vida como fueron alguna vez, ahora son referentes circunstanciales que han perdido sustancia, lugares comunes de discursos repetidos, aburridas menciones que no suscitan ninguna ilusión. Lo grave que esos espacios, y muchos más, se van saturando de politiquería, quedan expuestos a la invasión por el poder, y son más sensibles a la propaganda y a toda suerte de “proyectos”, inventados por el populismo y la demagogia.

Uno de los riesgos en que puede incurrir la democracia es transformarse en “democratismo”, esto es, extender indiscriminadamente sus lógicas políticas a asuntos que, por su naturaleza, deben ser extraños a la política, e inducir así a que los métodos electorales -la elección por mayorías- se apliquen a todos los órdenes de la vida, como la cultura, por ejemplo. ¿Qué tal si escogemos el premio Nobel de medicina, o el gerente de una empresa por elección popular?

La politización integral es una de las estrategias de los totalitarismos. La idea de que el “pueblo” deba ser militante, comprometido y patriotero, facilita la manipulación y la obediencia. Así se reemplaza el sentido común, la capacidad crítica y la vocación por la libertad, con la simplicidad de unos cuantos dogmas. Esa es la secreta razón de los partidos únicos, y de las verdades únicas.

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