Sí, ¿para qué sirve la política?, porque desde hace años presenciamos un espectáculo, con bandas sonoras y barras contratadas, que ha convertido la democracia en una farsa, la república en una palabra vacía y la ley en instrumento de dominación. Y se habla de ¡! instituciones ¡!, cuando lo que existe es una estructura construida, con malicia y habilidad, para asegurar el éxito de las agendas de caudillos y movimientos.
La Constitución de Montecristi es un ejemplo del uso perverso de la política y de la manipulación de la ingenuidad popular. Manipulación a la que se prestaron algunos que hoy fungen de “razonables patriotas”, que se rasgan las vestiduras. Manipulación, porque sabían todos ellos que la gente no lee lo que le ponen delante, que nadie, o quizá unos pocos, advertimos que el CPPCS era la fórmula mágica que encontraron los sabios ideólogos del “proyecto” para concentrar el poder, neutralizar los controles, romper la independencia de las funciones estatales y propiciar la instauración del “Estado de derechos y justicia”, que, después de los bombos y platillos de la primera piedra, resultó el esperpento que hoy sufrimos.
En aquellos días del referéndum, cuando políticos y medios cantaban loas al pueblo, a la refundación de la república y al amanecer de los nuevos tiempos, yo pregunté, en esta misma columna, si la gente estaba informada de las complejidades del proyecto de constitución que se le presentó para que apruebe. Nadie, salvo cuatro curiosos y preocupados, leímos semejante libraco, y, claro, los “ciudadanos” no advirtieron las trampas que contenía, ni la expropiación de los derechos, ni el autoritarismo escondido en el híper presidencialismo, en la muerte cruzada, en la estructura del bodrio. No advirtieron que ese esquema conducía, como condujo, a una Asamblea Nacional paralizada, un Consejo de la Judicatura inútil, unas cortes atemorizadas. A una Fiscalía anquilosada que, recién empieza a afirmarse como potestad legítima, y como herramienta al servicio de la legalidad, gracias a la valentía y tenacidad de una mujer.
El mal está en ese papel que fue útil al populismo, al socialismo fracasado y a las carreras políticas de los iluminados, y de algunos otros. ¿Que es difícil cambiar el esperpento?, claro que sí, pero, al menos, hay que estar conscientes de la fuente de dónde nacen instituciones inservibles y consejos convertidos en piedra en el zapato para la democracia. El mal está en la estructura legal que generaron, en la multiplicación de normas que reprimen los derechos, matan la iniciativa y blindan a la burocracia. ¿Alguien se ha ocupado de explorar el ordenamiento jurídico que inventaron a ritmo de discursos y sumisiones?
La política, esa política, no es arte ni ciencia. Es un mal.