Cuando la narcoguerrilla desató la violencia en Esmeraldas, el país reaccionó con indignación. Pero Correa y sus voceros dijeron primero que era “tongo”, luego que Lenin Moreno era el responsable porque había intervenido en la guerra de Colombia, al ponerse de acuerdo su gobierno para controlar la frontera. Desde luego que Moreno tiene responsabilidades, y grandes. Pero Correa y su administración tienen las suyas, que no pueden eludir, diciendo que en su régimen hubo paz en la frontera.
¿Qué “paz” hubo en la frontera durante el correísmo? ¿Fue por la prudencia y habilidad del gobierno? La verdad es que no. Hubo una tensa calma que incubaba la violencia que hoy sufrimos.
Aparte de continuar con el descuido de los cantones fronterizos, el gobierno de Correa disminuyó la capacidad operativa de las Fuerzas Armadas. Acertó al sacar a los norteamericanos de la base de Manta, pero dejó sin equipo y organización a nuestros soldados. Por ejemplo, compró unos radares chinos que no funcionaron y luego se tardó como cinco años en comprar otros, instalados, “oportunamente” pocos meses antes de dejar el poder.
La fuerza pública estuvo “ciega” en la frontera norte durante el gobierno correísta, con lo cual los guerrilleros actuaron con libertad en nuestro territorio, reabasteciéndose y acarreando droga. No hacían operaciones militares, pero contaban con que el Ejército y la Policía no tenían recursos para el control y el gobierno hacía la vista gorda ante sus operativos cada vez mayores de protección de las plantaciones y de transporte de droga. Crecieron las plantaciones en la frontera colombiana en 50%, especialmente en Nariño. Eso fue posible porque el paso por nuestro territorio estaba abierto y el gobierno veía para otro lado.
El gobierno de Correa no tomó en serio la planificación estratégica de la acción de la Fuerza Pública. Nunca hubo un plan, ni siquiera cuando era inminente la paz en Colombia y era previsible que varios grupos no la acataran. A esto hay que añadir que el inmenso aparato de seguridad e inteligencia estaba en manos de políticos que lo usaban contra los propios ecuatorianos, no contra la guerrilla extranjera.
Desde fines del siglo XX, el Ecuador promovió el diálogo en Colombia y se negó a poner sus Fuerzas Armadas al servicio de la guerra de Uribe. Pero cuando las conversaciones de paz avanzaban, el gobierno de Correa debió preparar al país para sus consecuencias. No hizo nada. No quiso ver que grupos armados, directamente al servicio de los narcos, intentarían seguir usando nuestro territorio para su acción.
Ahora se comenta que la campaña de Rafael Correa podría haber recibido dinero de las FARC, ¿Sería el precio de la “paz” correísta?