100 años de afrentoso silencio

Más de 100 000 personas marcharon en Los Ángeles para exigir al Gobierno de Turquía que asuma su responsabilidad histórica y reconozca el genocidio armenio. También hubo marchas en Barcelona, Beirut, Jerusalén, Teherán, Berlín, Moscú, París, Damasco y en docenas más de ciudades de todo el mundo.
Los líderes de más de 20 países han tenido el valor de reconocer el genocidio, al igual que el papa Francisco.

Desafortunadamente, a Barack Obama le han faltado agallas para repetir como presidente lo que dijo en el 2008 como candidato presidencial: “El genocidio armenio no es una opinión personal, sino un hecho documentado y apoyado por un cuerpo abrumador de evidencia histórica”. Para Obama, en este caso, la geopolítica está por encima de la verdad.El 24 de abril se conmemora el día en el que las autoridades del Imperio Otomano empezaron el asedio a los armenios asesinando a centenares de intelectuales en 1915. Después vino la deportación a los desiertos de Siria, en la que murieron más de un millón de personas. Esta no fue la primera vez que las autoridades otomanas ordenaban masacres contra los armenios; las hubo entre 1891 y 1896, y en 1909.

Para los armenios, la negativa turca a reconocer el genocidio es un insulto a la memoria de las víctimas, y aunque el presidente del Gobierno turco, Recep Erdogan, dice “reconocer el dolor causado a las víctimas”, insiste en negar que los traslados forzosos y las masacres de armenios constituyan un genocidio.

Erdogan cree que “quienes cuentan las historias mantienen el poder”, pero no acepta que sobre este tema la narrativa dominante cuenta ya una historia muy diferente a la suya. Enmendar las mentiras oficiales no ha sido tarea fácil; cuando lo hizo el gran cronista de la ciudad de Estambul Orhan Pamuk, el premio Nobel de Literatura fue sometido a un proceso judicial y a un proceso de desacreditación nacional.

La negación es una manera de argumentar que los hechos que se afirman son falsos y sus variantes son innumerables. Una de estas es la censura y dentro de esta, la más perversa es quizá aquella que se adjudica el derecho a decidir la nacionalidad de una persona. En Turquía, admitir que el genocidio sucedió es considerado un atentado contra la patria y es antiturco.

Este tipo de acusaciones no son nuevas. Algo semejante ocurrió durante el ascenso político de Adolfo Hitler en Alemania cuando los nazis se adjudicaron el derecho a decidir qué alemanes eran, a su juicio, antialemanes. También, sucedió en EE.UU. en los principios de la Guerra Fría, cuando la Cámara de Representantes estableció un comité en el que se identificaba y castigaba a quienes definía como antiamericanos.

En vez de argumentar que las naciones participan en una conspiración contra Turquía, Erdogan debería aceptar que la verdad conduce a la reconciliación con los armenios y con el resto del mundo y, sobre todo, que de nada sirve seguir intentando, en vano, perpetuar una mentira. Lo que sucedió en 1915 fue un genocidio.

Sergio Muñoz Bata
El Tiempo, Colombia, GDA

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