Mientras esperaba mi turno en el pub, un par de turistas nortea-mericanos discutían con el barman sobre su selección de scotch. Se decidieron por un Glenmorangie, servido en volúmenes minúsculos, sin hielo. Yo pedí una cerveza checa. En la mesa me esperaban algunos amigos, todos deleitando un whisky. “En caso de que los escoceses decidan separarse”, me dijeron. Faltaban pocas horas para que se conociera el resultado del referendo.
La anécdota parece trivial. Sirve para ilustrar el estado de ánimo que alcanzó a dominar en la Gran Bretaña frente a la posibilidad de separación de Escocia, después de más de tres siglos de formar parte de la unión con Inglaterra. En otros rincones de la isla –en la misma Escocia, por supuesto–, el debate fue apasionado. Frente a las pasiones políticas en otras partes del mundo, sin embargo, el lugar común de la “flema británica” nunca pudo ser más aleccionador.Lo que estaba en juego no era poca cosa.
Para el Reino Unido, significaba perder el 30% de su territorio y el 10% de su población. Sin Escocia, el peso de su posición internacional se veía debilitado; su futuro en la Unión Europea, en dudas. Para unos y otros, el porvenir económico se había llenado de interrogantes, empezando por las definiciones de la moneda.
El referendo escocés fue además un evento de notables dimensiones internacionales. Los ojos del mundo estaban fijos en sus resultados. Cataluña, en España, es el caso más cercano. Los temores de la posible ‘balcanización’ de Europa no son exagerados, frente a nuevos ánimos separatistas en Bélgica, Italia, Francia y hasta en China.
Al final triunfó el ‘no’ por una clara mayoría, en unas elecciones de altísima participación electoral. Pero la proporción de quienes expresaron deseos de independencia (más del 40% ) es considerable. Resuelto lo de la independencia escocesa (“por una generación”, es lo que se ha dicho), ha quedado abierto el interrogante sobre el futuro constitucional del Reino Unido.
El debate se ha movido de Escocia a Inglaterra. La pregunta del millón ahora es sobre el “poder de los ingleses para decidir asuntos ingleses”. El triunfo del ‘no’ fue en buena parte el resultado de mayores promesas de transferencias de poder a los escoceses.
De inmediato se motiva la discusión constitucional sobre un tema planteado desde hace rato: si hay más descentralización en Escocia, ¿por qué no también en Inglaterra? Cameron, el primer ministro, se apresuró a prometer una “revolución descentralizadora”, controvertible por las posibles consecuencias en el equilibrio de poder entre los partidos en un país reconocido por la ausencia de “Constitución escrita”.
Los temores de mis contertulios en el pub, de verse obligados a pagar impuestos de importación por su próximo scotch, se vieron aliviados. Tan aliviados como los escoceses que quieren seguir siendo británicos. Lo ha dicho la historiadora Linda Colley: las identidades no son como los sombreros; se pueden usar varias al mismo tiempo.
El Tiempo, Colombia, GDA