Cuántas veces se escuchó al ex presidente Correa tratar de mediocres y corruptos a medios y periodistas no alineados con su Gobierno. Los calificativos fueron esgrimidos contra grupos críticos, organizaciones indígenas, dirigentes sociales y gremiales. Al terminar la década correísta, cuando se empiezan a traslucir algunos hechos que permanecían disimulados por la propaganda gubernamental y la torrencial demagogia de quienes buscaron hacer creer que el país comenzaba con ellos, los ciudadanos inferirán a quiénes calza como anillo al dedo la pareja de calificativos.
El presidente Moreno lo ha reconocido: la situación de la economía es crítica. Las decisiones que se tomaron durante el gobierno del antecesor no fueron debidamente mesuradas, se puso límite a la sostenibilidad de la economía. Estas son acusaciones muy graves.
Después de contar con un sustancioso monto de ingresos estatales como no ha podido disponer antes gobierno alguno, el correísmo deja la economía con saldo en rojo superior al que permitía la Constitución y aconsejaba el sentido común. Gasto y endeudamiento excesivos, fracaso de un modelo que apostó por el Estado para el crecimiento sin generar condiciones que estimulen al sector privado, expansión del consumo y no de la producción, prejuicios ideológicos que retrasaron el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea y lo cerraron con los EE.UU.
No obstante, todavía desconocemos cómo se producirá el milagro para salir de la crisis ni cuál será el santo que obre el prodigio, al menos si buena parte del equipo del sucesor es el mismo que el del antecesor.
En cuanto a la corrupción, el presidente Moreno ha ofrecido una cirugía mayor. “Manos a la obra, ¿por qué tarda tanto?”, daban ganas de decirle hasta el pasado miércoles. Después, se debe reconocer que ha dado un primer paso al retirar las funciones que había encomendado al vicepresidente Glas. Empieza a tomar distancia no solo verbal con el correísmo, sino con decisiones. La cirugía parece en marcha.
Esperemos que así sea. Ya veremos a quién le tocará ingresar después a la sala de operaciones.
El problema es liberarse de las ataduras de asesores y funcionarios. El aparato correísta en la justicia sigue vivito y coleando. Mucha agua deberá correr bajo el puente para consumar la operación mayor.
El problema dentro del oficialismo es el realineamiento de su militancia. Pintorescamente lo ha expresado un asambleísta del redil, el corazoncito se halla dividido: “Siento como si mis padres se hubieran divorciado. Y no sé aún si irme con papá o con mamá”.
El antecesor seguirá en la pelea. En menos de dos meses se perfila como el gran opositor del sucesor. Ahora, encima de todo, asumirá el papel de víctima. Usted, lector, ya sabe qué calificativo cuadra para estos casos.