Después de prometer una cirugía mayor contra la corrupción, el presidente Lenín Moreno reconoció las dificultades de ejercer de médico en esta especialidad. No es para menos: aprovecharse del poder en beneficio de una persona o de un grupo es un mal crónico: por añadidura, la enfermedad ha sido de una gravedad extrema en la última década. Dos circunstancias favorecieron su vertiginosa propagación: nunca antes contó el Estado con tantos recursos y nunca hubo tanto descontrol.
Para muestra basta un botón: el final del juez de cuentas del Estado, Carlos Pólit. Después de diez años a la cabeza de la institución que vigila el uso correcto de los recursos públicos y a las pocas semanas de su reelección para el mismo puesto con bendición oficial y las más altas calificaciones del impresentable Consejo de Participación Ciudadana, Pólit fue censurado por la Asamblea Nacional e inútilmente destituido. Pero ni siquiera la censura política del oficialismo sirvió para destapar la olla mal oliente. Esta vez el funcionario no viajó a Miami para la boda de hijo alguno, sino que hizo mutis por el foro justo a tiempo “por motivos de salud”. La ausencia y la renuncia anticipada del contralor más las reservas con que caminan los procesos de investigación en el caso Odebrecht ayudaron a que se conociera tan poco el fondo de la trama de la corrupción. La mayoría oficialista en la Asamblea, que casi nunca fiscalizó durante la década correísta, en los casos excepcionales cuando lo hizo actuó en respuesta a los intereses del líder.
Es explicable, pues, la percepción del presidente Moreno. “Cuando le hablan a uno de la corrupción siente entrar en un laberinto”- dijo; y confesó a los integrantes de una Comisión Anticorrupción que había nombrado: “Créanme que al comienzo me sentí como en un laberinto, porque una cosa es hacer una promesa electoral, una cirugía mayor a la corrupción, y otra cosa es: y ahora cómo lo hago. Entra en un laberinto del cual muy difícilmente puede salir sin la ayuda que ustedes están representando. Un laberinto en el cual cualquier momento le cae el Minotauro y le tacha de traidor. Eso es peligrosísimo”.
Dédalo, constructor del laberinto de Creta, ideó los caminos bifurcados e inagotables para que se perdiera quien ingresara al lugar y jamás pudiera salir de la terrorífica prisión del Minotauro, el monstruo fruto de una traición. Los jóvenes que entraban para servir como su alimento jamás veían otra vez la luz del día. Solo la valentía de Teseo, que enfrenta al monstruo y lo mata y el amor de Ariadna, que le entrega el hilo con el que saldrá victorioso, hacen el milagro de hallar una salida.
Moreno se siente en un laberinto; el añadido original que aporta al relató mítico, en alusión a otra historia fresca y local, según dura confesión y alerta, es que en cualquier momento el monstruo le tacha de traidor…”