Con demasiada frecuencia escuchamos llamados a enfrentar las situaciones “como varón”. Este lenguaje, que a algunos les resulta natural o inofensivo, revela los valores que muchos asocian con la identidad masculina: valentía, fuerza, agresividad, ausencia de expresión de emociones. Ese mismo lenguaje, a su vez, asocia lo femenino con lo débil, sensible y cobarde.
Este lenguaje contribuye a la consolidación de los estereotipos de género, esto es, ideas preconcebidas respecto de los atributos de mujeres y hombres y el rol que juegan en la sociedad. Pero además contribuye a perpetuar la violencia contra las mujeres, en tanto asume que la violencia es una característica natural al hombre y fomenta relaciones de poder entre hombres y mujeres.
De ahí que no llama la atención que las mismas personas y políticos que utilizan o celebran este tipo de lenguaje se hayan escandalizado frente a una disposición del Reglamento a la Ley Orgánica para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres que ordenaba a los entes rectores de política pública en educación incluir en las mallas curriculares nuevas masculinidades, prevención y erradicación de la violencia contra las mujeres, eliminación de los estereotipos de género, etc.
Nuevas masculinidades no es más que el reconocimiento de que existen otras maneras de ser hombre. No se es menos hombre por ser menos violento; por llorar o expresar los sentimientos; por cuidar de los hijos o asumir tareas domésticas. No resolver los problemas a golpes y no jugar al fútbol tampoco te hace menos hombre. La hombría no se mide en fuerza o agresión.
Para tranquilidad de quienes celebran, por ejemplo, que el ex candidato a la Presidencia Guillermo Lasso diga que Rafael Correa “debe dejarse de lloriqueos y asumir como varón su detención”, que resultan ser los mismos que se asustan con palabras como “nuevas masculinidades”, se reformó el lenguaje del Reglamento. El término nuevas masculinidades fue reemplazado por una referencia a la “construcción sociocultural sobre roles y valores asociados al comportamiento de los hombres libre de machismo o supremacía hacia las mujeres” y la “eliminación de toda forma de estereotipos”.
Por dicha, aunque parafraseada, la finalidad del Reglamento sigue siendo la misma: que la educación cumpla el rol de transformar patrones socioculturales que fomentan la desigualdad. Que la malla curricular aliente la reflexión sobre el modelo tradicional de masculinidad, lejos de ser la imposición de una ideología -como alertaron libertarios y conservadores por igual- fomenta la libertad. Que la educación expanda el significado de lo masculino y asegure a nuestros hijos que no existe una única y tradicional manera de ser hombre es una condición necesaria en el camino hacia la igualdad.