Las contramarchas se han constituido ya en toda una institución de la política ecuatoriana. Los gobernantes de turno, a propósito del anuncio de una movilización importante, convocadas por grupos u organizaciones independientes al poder, sienten la obligación de también sacar “gente a las calles”, organizar otra marcha, mostrar que ellos tienen respaldo en las calles. Es como si con ello, los ocupantes del poder sintieran que las razones de quienes protestan quedarían inmediatamente disueltas o como si sus culpas quedarían de ese modo exculpadas. A ello, los gobernantes de turno agregan insultos, descalificaciones y otros epítetos en contra de los manifestantes del bando contrario. Y, cuando las jornadas de protesta han concluido, muestran fotos de la marcha contraria para burlarse de sus opositores y ‘demostrar’ que la movilización no organizada por ellos fue un fracaso, que salieron solo cuatro pelagatos; que careció de respaldo, razones y legitimidad. Que únicamente la marcha organizada desde el poder, aquella financiada con fondos públicos, tuvo razón y apoyo. Así los gobernantes se quedan contentos y sienten que, al día siguiente, todo vuelve a la normalidad; como si, con su contramarcha, la movilización de los sectores independientes al Gobierno no hubiera existido.
Con todos los recursos a mano de un gobierno, no debe ser difícil convocar, organizar o transportar miles de personas a estas “multitudinarias manifestaciones de apoyo”. Por ello, nadie cree que las contramarchas, repletas de clientelas pagadas y burócratas obligados, puedan ser una medida genuina de apoyo popular a un Gobierno. Son, sin duda, un burdo montaje (tenga o no apoyo el gobierno de marras); un ejercicio de autoengaño que lejos de mostrar seguridad y respaldo a quienes nos gobiernan, manifiesta su mezquindad, tendencia al abuso y falta de sentido democrático. Las contramarchas constituyen una cruda expresión de la borrachera y soberbia del poder.
Lo normal, en el contexto de una sociedad democrática, sería que los gobernantes, en vez de organizar sus contramarchas, decidieran poner atención a las muestras de descontento social; lo maduro pasaría por que tendieran canales de diálogo con quienes presentan temas de insatisfacción con la gestión gubernamental; lo sensato, que miraran cada movilización como una oportunidad de aprendizaje y rectificación. Un 1 de mayo, bien utilizado por un gobernante inteligente, debería ser la ocasión para dejar de hablar y ponerse a escuchar; un día para que dé vacación a sus aduladores y tome un baño de realidad. Pareciera sencillo. Un acto de humildad disponible para cualquier persona. El problema es que en el Ecuador no nos gobiernan personas normales sino mesías, salvadores, caudillos providenciales intoxicados de verdad; nos gobiernan seres extraordinarios que se sienten destinados a quedarse en el poder indefinidamente, para quienes los gritos de la gente que sufre las consecuencias de sus desatinos no significan nada. Solo valen los coros de sus súbitos, aquellos que inflan su vanidad; aquellos que repiten lo que quieren oír. Por eso están ahí, radiantes y mesiánicos, encabezando su contramarcha.
@cmontufarm