En octubre de 2011 escribí para un diario que lamentablemente ha desaparecido un artículo que titulé “La oportunidad perdida”. En él hacía un análisis de como en el sistema presidencial ecuatoriano siempre se ha fortalecido al poder Ejecutivo, robusteciendo la figura presidencial mediante el incremento de sus poderes por encima de las otras funciones del Estado.
Continuaba señalando que ese fuerte presidencialismo ha producido en el país gobiernos minoritarios, entornos legislativos altamente fragmentados y una debilidad institucional crónica, que ha incidido, tanto en la falta de gobernabilidad como en la implementación de políticas públicas de baja calidad.
Sin embargo, seguía, luego de atravesar una grave crisis en la que tres presidentes no pudieron terminar su mandato, en 2006 ganó las elecciones presidenciales Rafael Correa, quien, en contra de la habitual tendencia de desgaste de todo gobierno, triunfó en todos los procesos electorales en los que participó, manteniendo elevados índices de aceptación y una fuerte mayoría legislativa.
Finalmente, me lamentaba en dicho artículo que todo ese capital político, que podría haber servido para darle la oportunidad al país de institucionalizarse y de que se formulen políticas públicas exitosas y de largo plazo, en su lugar se haya utilizado para construir un modelo a la medida del mandatario, reforzando aún más el presidencialismo y permitiéndole un control casi absoluto de los poderes e instituciones estatales, con las graves consecuencias para la transparencia, la rendición de cuentas, la justicia, la libertad de expresión y en general, los derechos humanos, que ya todos conocemos.
Correa concluye su presidencia luego de 10 años y pese a su gran capital político y a la enorme cantidad de recursos que su gobierno recibió, deja un país que sigue enfrentándose a los mismos problemas del pasado, pero más dividido, con menos transparencia y con una democracia aún más debilitada, y sí, con carreteras, pero cuyo costo desconocemos.
El reto de su sucesor, Lenín Moreno es enorme, entre otras cosas, primero, porque no cuenta con la legitimidad que le habría dado un proceso electoral transparente; segundo, porque más del 50% de la población no votó por él; y, tercero, porque no tiene el capital político ni los recursos económicos de su antecesor.
Con esa perspectiva, la oportunidad de Moreno de hacer un gobierno exitoso dependerá en mucho de tender puentes y de sanar heridas. De dejar la confrontación, la polarización y abrirse al diálogo. De permitir la transparencia y poner freno a la impunidad. De respetar la libertad de expresión y los derechos humanos en general.
Dependerá también de que Moreno sea pragmático, tanto en su plan económico como en el manejo estrictamente político. Si eso no sucede, seguro ésta será otra oportunidad perdida para el Ecuador.