Peter Watson, el extraordinario erudito inglés, en la introducción a su último libro, ‘La edad de la nada’, comienza recordando una anécdota. La policía londinense, en el afán de proteger a Salman Rushdie, condenado a muerte por el ayatolá Jomeini en febrero de 1989, por la publicación de ‘Los versos satánicos’, le sugirió la utilización de una peluca. Con el fin de probar la eficacia de ese disfraz, lo llevaron a recorrer unos grandes y concurridos almacenes. “Todo el mundo se giró, mirándole con expresión sorprendida, y a varios de los presentes se les iluminó el rostro con una amplia sonrisa que en algunos casos acabó por estallar en carcajada. ‘Fíjate’, se oyó decir a un hombre, ‘es el cabrón de Rushdie con peluca’”.
No me interesa lo que hacen y dicen los candidatos en una campaña electoral. No son auténticos. No son, salvo quizás escasas excepciones, ellos mismos: son la imagen que desean presentar, en una forma sutil pero perversa de demagogia, para el consumo de los electores. Están sometidos a los resultados de las encuestas y pretenden decir lo que consideran que les desean oír. Están utilizando el disfraz llamativo que creen adecuado para ocultarse y conquistar la adhesión de los ingenuos y desprevenidos ciudadanos. Me interesa, eso sí, analizar sus antecedentes y su trayectoria, sus contradicciones o su coherencia. No es su actualidad la que me parece importante sino su pasado, íntegro, como base y fundamento de su presente.
¿Los disfraces que utilizan los candidatos del oficialismo en su anodina e insustancial campaña -endebles e insinceras críticas, inexistentes diferencias, falsas ofertas de rectificación, supuesta independencia- serán suficientes para ocultar su total y permanente participación en la acción gubernamental de la mal llamada ‘revolución ciudadana’, su irrecusable condición de beneficiarios, su responsabilidad por la crisis institucional, económica, jurídica y ética que padece el país, su adhesión al ejercicio autoritario del poder y a la degeneración del quehacer político, su aceptación de las prácticas de descalificación y de agravios, su connivencia, su complicidad y su vergonzoso silencio?
No pueden disfrazarse de demócratas -con peluca o con careta- quienes han contribuido a la depredación del orden jurídico. ¿Qué dijeron, en su momento, ante la desafiante violación de la Constitución y las leyes? ¿Qué dijeron ante el asalto al Tribunal Supremo Electoral, la ‘destitución’ de cincuenta y siete diputados o la autoproclamación de la Corte Constitucional? ¿O ante la manipulación constitucional para seguir en el poder? ¿Qué han dicho ante el irresponsable y deshonesto gasto público o el agresivo e inconsulto endeudamiento? ¿O sobre el sometimiento de los órganos de control y la degradación de la administración de justicia? ¿Qué han dicho -y hecho- ante la corrupción, la falta de fiscalización y la impunidad?