El asesinato de 43 estudiantes en septiembre pasado se constituyó en la gota que rebasó el vaso en el proceso de violencia incontrolable que vive México. La falta de clarificación de lo que pasó y las versiones de entrega por la Policía a una organización de sicarios plenamente identificada, que dice que los asesinó e incineró los cadáveres, rebasa cualquier posibilidad novelesca.
La falta de acción oportuna por el Gobierno para encontrar a los responsables y sancionarlos de manera ejemplar, despierta todo tipo de suspicacias y ha originado protestas que empezaron por los padres de los estudiantes asesinados y se amplían a niveles insospechados.
Para completar la dantesca realidad, al buscar los cadáveres de los estudiantes se ha encontrado más de una fosa común con otros restos humanos, como que los crímenes y la desaparición de los cuerpos no fuera excepcional.
¿Qué pasó en México para que la violencia y la impunidad se desbordaran de esa manera? ¿Cuándo se dañaron las cosas para llegar a extremos tan inauditos y cruentos? ¿Tiene relación la incapacidad institucional para afrontar y controlar este proceso violento, con la larga etapa en que México vivió bajo el dominio de un partido político único?
Es imposible que cuando se produce un proceso semejante de concentración del poder, no sean las instituciones, en última instancia, las que sufren las consecuencias. Todo, el Poder Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, en las mismas manos o con influencia tan grande del Ejecutivo, que responden a los mismos intereses, con sus taras y sus virtudes. Y eso que en México, “la presidencia imperial”, como la llamó Enrique Krauze, no era personal, sino de un partido, respondiendo así a un proyecto político más que a una persona.
En México, los expresidentes desaparecen, como los faraones, que se entierran con sus familias. Cuando todo se concentra, todo acaba degradándose. Y cuando alguna vez se produce la relevancia, el sistema está tan comprometido, que los nuevos lo adoptan. Eso sucedió con el PAN, que ganó al PRI las elecciones después de 70 años ininterrumpidos de Gobierno, para devolverlo a los 12 años, en las peores condiciones posibles.
El traslado a México de las mafias que controlaban el narcotráfico en Colombia, llenándola de violencia, explica que, con la institucionalidad debilitada, tengan campo propicio sus actividades criminales.
El centro de la violencia despiadada se desplazó y las instituciones mexicanas no son capaces de controlarla. No fueron solo los gobiernos del PRI: dos sexenios del PAN, bajo los presidentes Fox y Calderón presenciaron, especialmente el último, el agravamiento de la violencia incontrolable, involucrando a las Fuerzas Armadas en una lucha que, así, está perdida.
Los efectos del debilitamiento institucional son más complejos y de largo plazo que lo que aparece a primera vista.