El martes pasado, el Ministro de Educación Fander Falconí difundió una noticia sorprendente: 4 500 niños y adolescentes venezolanos se integran al sistema público de educación (El Telégrafo habló de 6 000). La noticia no tuvo mucho eco. Se deslizó como una cifra más.
Vale la pena dimensionar la cifra. 4 500 es un número enorme. Significa casi un Colegio 24 Mayo completo o cinco escuelas grandes. La mayoría son niños de 4 a 12 años, puntos brillantes de familias quebradas que se adaptan más con dolor que expectativa. Hay chicas y varones y muchos rasgos afro entre ellos. Se anidan más en las ciudades del norte serrano, pero se resbalan de a poco a otras latitudes. Nuestros nuevos huéspedes son niños. Son “venez” como les dicen. Algunos con desprecio. Muchos con cariño.
Los términos inclusión y vulnerabilidad que inundan los discursos se hacen carne. Aquí están los vulnerables de los vulnerables. Las víctimas más sensibles e inocentes de una esquizofrenia populista que no afloja el poder. Blindada a todo reconocimiento, a cualquier clamor. Que sobrevive culpando.
Nuestras escuelas ni soñaron estas presencias venezolanas. Algo en pequeño se vivió hace años con niños colombianos. Pero lo de ahora es inédito: en número, en precariedad, en desafío. Se torna también en oportunidad. Por qué no. La escuela podría montar escenarios ejemplares de aceptación, de convivencia, de solidaridad, de afectos. El reto es ante todo “entre niños” pero se estira. A maestros, directivos, familias. Sin ellos, sin todos, la oportunidad puede devenir en tragedia silenciosa, en ejercicio sórdido de discrimen.
El Estado y el Ministerio han dado un primer paso, han cumplido el mandato de acoger sin pretextos ni requisitos imposibles. Les corresponde apoyar y seguir esta experiencia multicultural en territorio, como les gusta decir. Y hacer valer más que nunca sus programas de “más unidos, más protegidos” y de “tolerancia cero”. Ya no es asunto de pequeños venezolanos. Es asunto de niños sin fronteras. Solo niños. Nada menos.
Aspiramos con optimismo que se activen medidas apropiadas, desde el poder central hasta los distritos y escuelas. Información, sensibilización, capacitación, alternativas de acción, asesoría, sinergia con instituciones extra escolares (gads, ongs, universidades, cooperación). Estrategia integral como se merecen los anfitriones y los invitados. Para que se amplíe la casa y se enriquezcan las vivencias.
Las muestras de xenofobia y odio tan abundantes y rastreras que hemos presenciado últimamente merecen un exorcismo. Y también el acoso, la violencia y los castigos físicos naturalizados. Es altamente probable que los niños inventen complicidades que los adultos no entendemos. Tal vez aprendamos algo todos nosotros.