El mundo de la magia –apasionante desde siempre- tiene entre sus atributos la sorpresa. El momento menos pensado -o mejor pensado por el mago- la trama se altera, rompe su lógica. Y entonces, llueven pañuelos, saltan conejos, desaparecen señoritas. Lo inesperado conmueve y desata sentires intensos. Risa, miedo, duda, lágrimas, se derraman inevitables.
El poder de lo inesperado encanta en la magia y muchos otros campos. Emerge en el fútbol, la política, los cuentos, las batallas, los afectos. Lo más sabroso y perdurable suele venir de las sorpresas, no de la quietud.
Lo inesperado rompe los esquemas… Hay goles inolvidables fruto de un drible fantástico en plena área de candela. Hay amores que se hicieron inmortales por quebrar protocolos y empezar cada día. Vale la pena esperar lo planeado… o simplemente inesperar. El primero nos da seguridad. El segundo nos tambalea pero empuja a saltar.
A pesar del poder que tiene lo inesperado para aprender, hay un campo que le da la espalda. Es justamente la educación, la experta en aprendizajes. Insólito. La escuela parece construida para fanatizarnos con lo previsible, lo diseñado hasta el detalle. Nos engatuza con una vida armada en laboratorio, repetible, que ya no existe más. Nos hace creer que siempre tendremos condiciones óptimas para reaccionar con parsimonia y cerebro a las irrupciones en la vida.
La capacidad de improvisar está penalizada. La escuela se cree inmune a la contaminación de las rupturas. No sabe lo que se pierde y lo que desperdicia. Se blinda del mundo inestable para salvar el mundo… que ignora.
Es tiempo de formarnos para lo imprevisible, para la incertidumbre. Porque ya estamos en ella, efímera e insospechada. La escuela tiene condiciones para alistarnos para lo no-planeado, lo no-soñado. Y ello implica dejarse sorprender, improvisación, creatividad. Y principios sólidos aunque se mueva el piso o justamente porque el piso se mueve.
No será fácil. Hay que evitar que la escuela –tan propensa a los ritos- reduzca esta maravillosa habilidad a una materia. Es preciso bañar la pedagogía con estas nuevas actitudes. Los estudiantes valorarán sin duda la incorporación de la sorpresa, el desafío a la imaginación… Por qué no… la escuela hasta podría premiar las mejores disrupciones, los más originales atrevimientos…
Las neurociencias –tan de moda actualmente- aportan en esta dirección. Afirman que el cerebro asimila y acomoda la información inesperada. Para minimizar el error en un futuro similar. Es decir, aprende.
Inesperar es un desafío acogedor. Todo por ganar. Como siempre, los niños se adelantan… mientras los adultos –y la escuela que está pensada para adultos- creemos manejar hasta el futuro, ellos corren detrás de las sorpresas. Noveleros incorregibles.