‘Todos hablan de paz, pero nadie educa para la paz”. Esto decía hace fu Montessori, la genial educadora. Sus palabras calzan en estos momentos. Que son de paz, aunque muchos claman guerra. Hay que hablar de paz. Que es mucho más que ausencia de violencia.
La paz no se decreta. Se construye a pulso, cada día y en medio de violentos que no duermen. Y claro, cuando se habla de nuevas actitudes, todos regresan a ver a la educación. Acá llega todo. Para bien o para mal.
Se han forjado decenas de programas a favor de la paz. Desde colectivos sociales, gobiernos, cooperación. Muchos de ellos son valiosos, adaptables, recreables. Pero también hay obstáculos.
Uno es el enfoque competitivo incrustado en la escuela. Fundado en una absurda y adolescente obsesión por compararse, ‘rankearse’, estar arriba, mirar para abajo. O al menos parecer. “… la competencia… principio de cualquier guerra” remataba Montessori.
En el afán por trepar se diluyen los escrúpulos: hay que dar codazos, humillar. Reventar al otro para que quede en el camino. Una simpleza suele justificar la batalla: “la vida es dura, si no luchas te pasan por encima”. Se refieren claro, a un tipo de vida. Y juran hablar por todos.
El enfoque –privado y público- anula toda cooperación y solidaridad. Y confunde entes competitivos con seres competentes. Que es otra cosa. Es calidad humana integral bañada en ética. Competentes para trabajar, para convivir, para arriesgar en compañía, para querer sin más, para autocriticarse. Hay seres de “así” entre nosotros. Si su entereza les da brillo, ni les preocupa.
Esta corriente se agudiza con los mecanismos de clasificación que persisten. Por cualquier motivo: pobreza, raza, género, notas, disciplina, discapacidad, imagen. Terminan diferenciando siempre a buenos de malos, a ejemplares y desechables. Nos terminan separando a vos y a mí que tan bien nos complementamos.
Reconocemos aportes en cultura de paz. Pero también subsisten procesos vergonzosos. Discursos prescriptivos y moralistas reducidas a una clase. Enseñan paz a gritos, clasificando, enfrentando, moralizando, castigando. Muchas propuestas preciosas pulverizadas. Insultos a la paz.
Tenemos junto a nosotros ejemplos luminosos. De grupos sociales comprometidos con la vida y los vulnerables. Saben lo complejo del tema, el absurdo de uniformar y lo imprescindible de subvertir enfoques, métodos, roles. Trabajan años en zonas difíciles, comunas, suburbios, fronteras. Alienta saber que algunas autoridades están tendiendo puentes. Ganamos todos.
La isla de paz no va más, nunca fue para muchos. Nos quedan vivas propuestas audaces para querernos sin atenuantes. En yunta, apelotonados. No necesitamos guerreros. Los cambiamos por seres competentes para vivir paz, sostener paz con los otros.