Un proyecto con el cual estoy colaborando iba muy mal: había atrasos, errores, malos entendidos, olvidos, excusas y mentiras, convirtiendo en decepcionante pesadilla lo que podía haber sido una agradable actividad que culminaría en satisfacciones para quienes estábamos involucrados. Llegado ya el punto de la crisis, una de las personas que más había contribuido a las dificultades, a quien estaba expresando mi profunda preocupación por varias acciones que tenía que haber ejecutado pero seguían pendientes, me dijo muy suelta de huesos, “No se preocupe”. Viví al instante la experiencia que, en su gran libro “La inteligencia emocional”, Daniel Goleman describe como un “secuestro por la amígdala” (la parte más primitiva del cerebro): un ataque de intensa indignación que hasta el momento del “No se preocupe” había logrado controlar.
Un portero no encuentra la cédula de identidad que le dejamos para poder ingresar al edificio (lo cual es ilegal pero, trate de ingresar a un edificio sin entregar su cédula): “No se preocupe”. Nuestro equipaje no vino en el vuelo en el cual acabamos de llegar a la madrugada, cansados, después de solo media hora de vuelo pero seis horas y media de demora: “No se preocupe”. Los importantísimos documentos que tenían que haber sido firmados y entregados ayer, siguen, hoy, esperando firma y envío: “No se preocupe”.
¿Qué querrán decirnos con esa pequeña frase que se me ha hecho tan irritante?
Puede que, dándose cuenta de que en realidad sí estamos preocupados, tal vez incluso por buen motivo, estén dejando ver su miedo de que les hagamos responsables de lo que sea que nos preocupa, una variación sobre esa otra clásica y también irritante frase, “No es mi culpa”. Tal vez, invitándonos a la primitiva actitud de desesperanzada resignación, quieran pedirnos que no nos hagamos problema de nada, y más bien aceptemos que todo esfuerzo en la vida es infructuoso y que nada sacamos con alterarnos. Puede también ser que nos crean irremediable e irresponsablemente idiotas, y en consecuencia capaces de dejar ir nuestra angustia y nuestro malestar con solo entregar la solución de nuestro problema, por infundado acto de fe, al arbitrio de ellos, que nos piden que no nos preocupemos. O puede que piensen que adolecemos de la muy ampliamente generalizada falta de sentido de agencia, que lleva a tantos entre nosotros a no reconocer siquiera su responsabilidad de preocuparse, buscar soluciones, y exigir disciplina, coherencia, esfuerzo y honestidad.
Todas esas posibles respuestas a la pregunta de qué querrán decirnos con “No se preocupe” me resultan aterradoras expresiones del océano de irresponsabilidad moral en el que navegamos. Cuánto ansío oír decir alguna vez, “Tiene Usted razón de preocuparse. Haré lo posible por resolver el problema.”