La coherencia

En su acepción más escueta, “coherencia” es no actuar en contradicción. La pregunta que cabe sería ¿en contradicción con qué? Una respuesta también lacónica es: en contradicción con el conocimiento. Al margen de su análisis epistemológico – teoría de los fundamentos y métodos del discernimiento científico – y sin ser intención irrumpir en aspectos académicos, es evidente que todo desempeño humano en su proyección social está llamado a sustentarse en “el conocimiento”.

Para la filosofía aristotélica, la justificación del conocimiento exige razonamiento, que debe descansar en algún fundamento (saber). Cuando el fundamento parte de consideraciones viciadas por incapacidad de apreciar la verdad, estamos ante mediocridad intelectual; cuando lo hace adecuando la autenticidad a conveniencias, nos enfrentamos a una eticidad perversa. En los dos casos se expresa incoherencia. En el Teeteto (Platón) encontramos: “Estoy pensando ahora, Sócrates, en algo que le oí decir a una persona y que me había olvidado. Afirmaba que la opinión verdadera acompañada de una explicación es saber, y que la opinión que carece de explicación queda fuera del saber”. Desde el instante en que el saber se descubre impuro, se da incoherencia.
La sociedad demanda de coherencia en los actores sociales. Tal coherencia va de la mano también de lo que podríamos decir “intencionalidad honesta”, en la que está presente una “sensibilidad benéfica”. La coherencia clama por un equilibrio entre el conocimiento, la intención en el conducirse y la compasión.

De manera particular en países con serias inequidades humanas, duele constatar incoherencias que agrietan las bases mismas de la sociedad. No cabe que ciertos sectores – felizmente minoritarios en número e ínfimos en proporción a la colectividad, pero para desgracia con poder de convocatoria – llamados a sacrificar algo del bienestar de que gozan, se limiten a exigir medidas que protejan tal “suya fortuna” material y emocional. Lo hacen sin poner atención a las grandes fracciones de la comunidad en las cuales han fraguado su prosperidad, lo cual es indolencia. Es igual incoherencia, entonces, adecuar los contextos a desahogos roñosos, así como exteriorizar discursos en franca contradicción con su real conocimiento. Se da asimismo incoherencia cuando los sectores en cita se “refugian” en voceros que se convierten en comodines incompatibles con mínimos principios de responsabilidad profesional.

En su teoría de la adecuación, santo Tomás de Aquino encuentra una relación directa entre la verdad, el entendimiento y la cosa, por lo cual conocer la adecuación es conocer la verdad. Esto nos lleva a hablar de “virtud”. En la ontología aristotélica, la virtud es un refuerzo de la voluntad que facilita la “realización” del bien. Por ende quienes carecen de docta probidad tienden a la incoherencia.

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