No ha habido guerrillas en el Ecuador, entre otras cosas, porque desde hace 75 años existe un Código de Trabajo que precavió las tensiones obrero patronales, atemperó la conflictividad y el grado de inequidad en este largo período.
Así se vacunó al país de los movimientos guerrilleros similares a los que surgieron en Perú y Colombia, donde las luchas sangrientas no se pudieron evitar porque la injusticia social no se previó oportunamente. Bien o mal, los trabajadores ecuatorianos han tenido a su disposición un conjunto de normas que sirvieron para hacer valer sus derechos.
Ahora, se han entronizado nuevas formas de producción por los avances tecnológicos y las sociedades han evolucionado en nuevos tipos de actividades que requieren un Código de Trabajo acorde a nuestros tiempos.
La nueva legislación debe preservar un equilibrio entre el trabajo y el capital y generar un consenso perdurable que fomente prosperidad de las empresas cumplidoras de sus deberes y un bienestar consolidado de los trabajadores.
Se debe legislar entonces con el objetivo de asegurar que los frutos del progreso de la economía nacional sean repartidos equitativamente y el modelo repartidor sea también productivo.
En esta época no solo se debe atender a la rentabilidad de la empresa y un salario creciente para el trabajador, sino velar porque el entorno de la vida sea más saludable para que se pueda laborar mejor, recibiendo buena educación y a base de una confianza mutua, en un ambiente de tranquilidad, con seguridad social eficiente y sostenible, de modo tal que la calidad de vida mejore sin cesar.
El Ecuador tiene un producto nacional bruto que crece sostenidamente y se nota una reducción de las desigualdades, por lo cual casi no hay conflictividad laboral.
Los salarios han aumentado y los ingresos de la población han empujado a una ampliación de la clase media y al surgimiento de una pequeña burguesía, disminuyendo simultáneamente la extrema pobreza.
Esto hay que consolidar reduciendo las vulnerabilidades de esta población en ascenso y para eso se precisa profundizar la equidad en las relaciones laborales, sin demagogia barata ni visión cortoplacista, pues un Código nuevo debe servir para moldear las reglas del juego por un lapso prolongado como lo ha hecho el actual Código de Trabajo.
Dada la urgente necesidad de aumentar y diversificar nuestras exportaciones para contar con la cantidad de dólares imprescindibles al no tener moneda propia, es menester construir un ambiente armonioso, equilibrado y equitativo para todos: para los dueños del capital a fin de que sigan invirtiendo y para los trabajadores que se están preparando para recibir una remuneración acorde con su productividad.