La noticia fue pequeñísima, pero oculta mucho más ‘condumio’ -como se dice coloquialmente- de lo que pudiera parecer a primera vista. El despacho de la agencia France Press reveló que un grupo de funcionarios de la OEA empezó a supervisar el escrutinio de los votos de la primera vuelta en las elecciones de Presidente y del Congreso de Haití, que se realizaron el 28 de noviembre anterior. Explicó que se intenta dar claridad a los procesos que han generado violencia dentro del país, por las denuncias de fraude en los comicios.
La verdad es que el año recién concluido, fue excepcionalmente duro para la pequeña isla del Caribe, cuyo territorio se reparte con República Dominicana. Apenas se inició el 2010 fue asolada por un trepidante terremoto de gran violencia que causó miles de víctimas humanas, destruyó viviendas y arruinó la endeble infraestructura de los servicios fundamentales y casi, el propio funcionamiento del Estado.
Pocas semanas después hicieron su aparición los arrasadores huracanes que año tras año agitan el sector de las Antillas, con vientos que corren a vertiginosa velocidad, lluvias torrenciales y los perjuicios consiguientes respecto de la vida de los haitianos y los moradores de los países vecinos.
Y antes de que fuera concluido el año, se registró ya la consecuencia colectiva, es decir la epidemia del cólera que, inevitablemente denuncia el síntoma de la pobreza extrema. De acuerdo con cifras que pueden ser incompletas, hasta el momento ya ha provocado el contagio, más de 2 900 muertes.
Pero a pesar de todo este catálogo de aflictivas calamidades, las elecciones se llevaron a cabo el mismo domingo cuando el Ecuador ejecutó los censos generales de población y vivienda. Pero ante panorama consternante hasta el extremo, un observador imparcial bien pudo haber creído que no habría candidatos de suficientes audacia y de notables agallas, que ‘lanzaran’ su postulación para la Presidencia de esta viejísima república: fue el territorio de Iberoamérica que primero se independizó políticamente de las metrópolis europeas.
Y a pesar de todo, no sucedió de tal manera pues se ‘lanzaron’ a la contienda electoral, nada menos que 19 aspirantes: ¡Así como se oye!; nada menos que diecinueve para la Primera Magistratura.
La primera observación ante esta multiplicación de nombres es clara: que el fenómeno se da cuando no existen verdaderos partidos políticos, con firme ideología, adaptación a las realidades nacionales y apreciable respaldo de la ciudadanía, sino que proliferan los líderes de ciudad, de aldea y hasta los de barrio.
Pero también se plantea la quemante pregunta sobre ¿qué les mueve a los candidatos para intentar la aventura electoral? Salta la duda de si ¿ellos mismos se consideran los más capaces para salvar de la crisis a sus compatriotas? Y si no es así: ¿qué les decide a la competencia? ¿Será la vanidad? o, ¿Será la tentación del poder?