El 9 de julio de 1925 jóvenes militares dieron un golpe de Estado contra Gonzalo Córdova, a nombre de “la igualdad de todos y la protección del hombre proletario”.
El movimiento que pasó a la historia como la Revolución Juliana, fue la respuesta política a una crisis estructural del Ecuador de ese entonces, en cuya base estaba el derrumbe de la economía, resultado de la reducción dramática de la exportación cacaotera, que en décadas pasadas enriqueció al país, pero particularmente a los “gran cacao”, terratenientes, exportadores y banqueros guayaquileños.
El cierre de mercados debido a la Primera Guerra Mundial, la competencia del cacao africano, y las enfermedades del fruto, echaron al traste con el “segundo boom cacaotero”. La perversidad del modelo primario exportador, se hacía presente. Cundió el desempleo, el cierre de negocios, el aumento de precios y la pobreza. Estalló el descontento popular en el puerto principal, pero el 15 de noviembre de 1922, entró el Ejército asesinando a cientos de rebeldes, hombres y mujeres, del pueblo guayaquileño.
Pero no solo la debacle económica agobiaba al Ecuador de ese entonces. También hubo un profundo descontento con el régimen político, con el Partido Liberal, que de manera fraudulenta se prolongaba en el poder desde 1912. En los primeros años 20, el país era una olla de presión, que estalló en julio de 1925.
La revolución juliana modernizó al Estado y a la sociedad. Impulsó, la reorganización de la hacienda pública, la mejor recaudación de impuestos, y el control estatal de la emisión monetaria. Se fundó el Banco Central. En lo social se apostó por la organización y protección de los trabajadores, se institucionalizó la asistencia social, y se amplió la oferta educativa, la salubridad y la vialidad.
En la convulsión, se recurrió a un personaje prestigioso, sereno y democrático, el Dr. Isidro Ayora, quien en abril de 1926 asumió la presidencia interina inyectándole a la Revolución de firmeza y credibilidad. De la mano de los consensos y de las reformas, el país salió de la crisis. Hasta 1930 se duplicaron los ingresos fiscales que se invirtieron en carreteras, escuelas, electricidad, alcantarillado y agua potable. La justicia social estuvo de moda. Soplaron vientos modernizadores. Por las nuevas vías, circularon los primeros autos, buses y camiones, desplazando al ferrocarril.
Ayora, se alzó, desde la honradez y ecuanimidad, como un moderno y gran constructor de confianza colectiva y justicia social.
En el 2016, nuevamente, crisis del modelo primario exportador, desempleo y hartazgo de quienes desean prolongarse en el poder. Pero ahora se añade la corrupción. Otra vez, la olla de presión, que no debe recurrir al golpe, sino a una salida democrática a través de un liderazgo en clave ideales julianos e Isidro Ayora.
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